Albert Gore estuvo ayer de visita en Madrid, aunque su discurso y presencia pasó bastante desapercibida por la muerte de Erika Ortiz, hermana pequeña de la princesa Letizia. Supongo que su muerte va a ser la portada de los periódicos a lo largo de hoy y de lo que resta de semana. Un detalle curioso de esta chica, que no me sonaba de nada cuando ayer le vi por la tele, es que en unas imágenes en el momento de llevar a su hija al colegio se podía distinguir mi barrio, por lo que deduzco que era el centro escolar que está junto a mi casa en el que estudiaba la cría en cuestión, que casualidad.
Pero prefiero hablar hoy de Gore, no tanto de su campaña contra el cambio climático, que ya he explicado aquí alguna vez mi posición, sino sobre el propio Albert, y su pasado más reciente. He dicho más de una vez que, ante las elecciones americanas del año 2000 yo era un “gorista” convencido. Recordemos que frente a la pareja republicana formada por Bush y Cheney, el bando demócrata presentaba al vicepresidente Gore como candidato a la presidencia con el senador Joseph Liebermann de acompañante. Alberto fue un vicepresidente gris frente a la figura de Clinton. Su labor, oculta muchas veces, se centró en algo poco habitual entre los políticos. Este hombre pensaba, y se anticipaba a los problemas. Suya fue la idea, a principios de los noventa, de las llamadas “autopistas de la información”, una especie de vías de comunicación entre equipos para compartir la información residente en ellos de manera remota y por mucha gente. La idea era descabellada, ilusa y sin sentido, y hoy vivimos en Internet gracias, entre otras cosas, a impulsos visionarios como ese. Senador desde 1984 por Tenesse, las encuestas anunciaban una reñida pero clara victoria demócrata en las elecciones de 2000. Yo le hubiera votado, porque Bush hijo me parecía bastantes cosas, pero sobre todo un incompetente, y nada preparado para el puesto al que aspiraba. Aquellas elecciones fueron bochornosas, y todos tenemos en la retina el recuento de papeletas en Florida, con lupa por parte de los miembros del colegio electoral y con cara de asombro y sonrojo en todo el mundo. Finalmente, y en una decisión judicial oscura, Bush se llevó los compromisarios del estado y Gore se fue a casa, compuesto y sin presidencia.
Tras una época de silencio, Gore reapareció como profeta del ecologismo razonado, y ardiente luchador contra el llamado cambio climático, impartiendo conferencias como la de ayer en Madrid y produciendo documentales de amplio éxito internacional. ¿Se equivoca Gore en su nueva cruzada tras el éxito de la anterior excursión digital? Yo creo que yerra en el diagnóstico del problema, pero las soluciones que propone, en si mismas, son buenas, independientemente de su efecto en el clima. Contaminar menos e invertir más en tecnología es positivo, y al menos que una mente lúcida como esta lo proponga le da un aire de respetabilidad. A ver si el resto de políticos aprenden algo.
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