Sí, yo hablando de fútbol, de eso que no me gusta nada. Cosas veredes..., pero como el deporte así llamado ha asaltado los telediarios por su violencia e irracionalidad algo habrá que decir. Un policía muerto en Italia y unas escenas de batalla campal similares a las que vemos en Irak a diario han llamado a la reflexión del gobierno italiano, que se plantea la posibilidad de impedir la presencia de público en los estadios. Cierto es que si no hay gente no se pueden pegar, pero el problema de la violencia en el deporte, y especialmente en el fútbol, viene de lejos, y creo que nadie hace nada para evitarla, sino, más bien lo contrario, se fomenta y estimula por todas partes.
Fue en los ochenta, con el desastre del estadio Heysel de Bruselas, cuando saltaron las alarmas de las autoridades. El fútbol parecía tomado por sectores fanáticos de carácter ultra. Se hicieron numerosas declaraciones y actos de repulsa, y se anunciaron medidas contundentes. Hoy en día todos los equipos poseen su cuadrilla oficial de exaltados, se llamen Ultrasur, Boixos Nois o como sea, generosamente subvencionados por las directivas de los equipos, que saben que en ellos reside una especie de guardia pretoriana con fe imperturbable ante resultados adversos y declaraciones críticas. De vez en cuando montan bronca, e incluso se cargan a alguien con bengalas o en una paliza “espontánea” pero son cosas que ocurren, y los chicos, ya se sabe, son irascibles. ¿Se imagina alguien a un partido político, o a un sindicato, o a una empresa, que poseyera una panda mafiosa de mamporreros para imponer su orden, ideas o normas? Eso pasaba en los años treinta y se le llamaba, con razón, fascismo. En este aspecto, y en otros muchos, los clubes de fútbol viven al margen de la ley, haciendo lo que les viene en gana y saltándose a la torera normas contables, sociales y legales que, de ser una empresa como otra cualquiera, les hubiesen llevado a al quiebra, disolución o ruina hace mucho tiempo. Puede que lo sucedido en Italia llame a la reflexión, pero será durante dos semanas, a lo sumo tres. Parece ser demasiado el volumen de dinero que se mueve en este negocio como para que las autoridades se atrevan a meter en vereda a estas extrañas sociedades, que dominan y aletargan las mentes y pasiones de muchas personas, y que últimamente se encuentran regidas por una pléyade de magnates del ladrillo, cuyas cuentas financieras quizás debieran ser auditadas de manera más exhaustiva.
Pero no quiero terminar hablando de la violencia sin mencionar otro aspecto que no se puede olvidar. ¿alguien ha visto alguna vez un partido de críos de colegio, con sus padres? Yo pocas veces, la verdad, pero es bochornoso ver como los padres, y el conjunto de adultos en general, se dedican insultos gruesos y feroces, y animan a sus hijos a despellejar y acabar con el adversario como si fuera un combate de gallos de pelea. Si ya desde esas edades se enseña a los niños que pegar al contrario es bueno y zurrar al árbitro lo mejor, es lógico que de mayores se encuentren a gusto entre las subvenciones del equipo de sus amores, decorando con su sagrado escudo los bates de béisbol que él les ha comprado.
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