lunes, febrero 05, 2007

Qué público

Muy agradable e interesante ha sido este fin de semana, en el que he visitado a una pareja de Burgos que se casará próximamente. Hemos hecho bastante turismo por la ciudad y alrededores, viendo sobre todo monasterios e iglesias, que muchas y muy buenas hay en la ciudad del Cid. Pese al frío, intenso sobre todo en los recintos de piedra, que quizá por eso se conserven tan bien, me lo he pasado en grande, disfrutando del arte y, sobre todo, de una compañía inmejorable, que me ha acogido y tratado con los brazos abiertos, familia incluida. Todo ha salido perfecto..... pero hubo un momento muy chusco e hispánico, si se me permite.

El Sábado al mediodía visitamos el
Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas. Precioso edificio, aunque parte del mismo se oculta al público al estar sometido a restauración (¿qué es un monumento sin andamios?) La visita se hace con guía, y nosotros tres y otras personas sueltas coincidimos con una excursión de unos treinta a cuarenta jubilados del Imserso. La guía, una señora madura y que, pese a calificarse así misma como no pregonera ejercía un papel muy similar, insistió al inicio de la visita que no se podían sacar fotos con flash y que la gente no usase los teléfonos móviles. En esto empezamos el recorrido bajo el crucero de la iglesia y empieza el desmadre. Flashes por todas partes, algún móvil sonando, aventureros que levantaban las telas que cubrían las obras en restauración queriendo ver que había detrás.. la guía empezó a gritar para que la gente apagase las cámaras de fotos y algunos protestaron. Tras una breve explicación del aspecto de la nave que podíamos ver, nueva tanda de fotos luminosas. Otra vez la guía recrimina a los jubilados su comportamiento, porque era ese grupo el díscolo en esta ocasión, y en esto que salta uno de ellos indignado, porque se siente ofendido y recriminado por las palabras de la guía, porque él no está sacando fotos y se le está acusando de hacerlo, todo ello con una voz profunda y muy seria. Mis amigos y yo empezábamos a reírnos y mirarnos con esa cara de sonrisa y vergüenza ajena tan común, y la guía empezó a disculparse ya justificar sus advertencias. Finalmente el señor se calló, aunque destilaba indignación por todas partes, y la visita siguió con más pena que gloria, en medio de un barullo de voces bastante estridente y con señores valientes que incluso intentaron trepar por los muretes del claustro, pese a la reprimenda que la guía les dedicaba al ver su actuación.

La verdad es que todo el rato pudimos presenciar un muestrario de falta de educación, modales y actitudes por parte de la mayor parte del grupo de visitantes. Me daban ganas casi de echarles a la calle, y uno se piensa si a veces no es lógico que determinados espacios e mantengan cerrados al público, porque te asalta una horda de este tipo y te dan ganas de no dejar pasar a nadie más. Pensaba en esos momentos en Arturo Pérez Reverte, y las sugerencias que le hubiera hecho al díscolo y ofendido portavoz de los jubilados. Seguramente alguna de ellas fuera tan dura e innombrable que ofenda, pero un pase por la quilla o unas buenas lecciones de modales le hubieran venido muy bien.

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