Este fin de semana he tenido visita, y en compañía de otro matrimonio, muestra de esa interesante fusión que resulta de asociar Madrid con el País Vasco, estuvimos todo el Sábado en danza por ahí, viendo cosas y paseando hasta dejar nuestros cuerpos rendidos, y así nos salió un Domingo de desayuno con sobremesa cuasi romana, de diván, charla y tiempo sin límites como pocas veces he tenido ocasión de disfrutar. El plato fuerte del Sábado era la visita a la exposición de Tintoretto del Museo del Prado, prorrogada hasta el día 27 de mayo, y que bien merece un paseo para disfrutarla.
Coincidiendo con estas fechas, el Museo del Pardo ha abierto por primera vez la ampliación del mismo, fruto de unas obras eternas, complicadas, polémicas y que han causado disgusto y discusiones sin fin durante las últimas décadas. Las salas de la ampliación, ahora vacías, pueden recorrerse en su desnudez, pudiendo así ver el antes y el después del uso, y permitiendo al Museo, supongo, el conocer de primera mano los posibles aciertos y desajustes que posee la instalación para pulirlos de cara a su uso en la primera exposición temporal de verdad, prevista para octubre. El proyecto y obra es de Rafael Moneo, arquitecto muy presente en al zona, con obras tan bonitas como el Museo Thyssen y la estación de cercanías de Atocha. En su carrera hay grandes hitos, que pueden ser mejor o peor vistos. Algunos me parecen grandiosos, como el museo romano de Mérida, y otros, como los cubos del Kursaal en San Sebastián no me gustan o, como es el caso del ayuntamiento de Logroño, me dejan indiferente, pero no deja de ser mi opinión personal. Para el Prado Moneo ha optado por un perfil bajo, soterrando un nivel completo de la ampliación, en el que se sitúan los nuevos vestíbulos de acceso, auditorio, cafetería y principales salas nuevas, dejando para los pisos superiores, ya al nivel de la calle, salas menores y la integración del claustro de los Jerónimos en el conjunto del volumen de obra. Toda la obra se supedita al edificio histórico de Villanueva, dejando que sea este el protagonista, adquiriendo así la ampliación un perfil discreto y muy bajo en comparación a los edificios espectáculo que se realizan hoy en día en la mayor parte de los museos del mundo.
¿Eso es bueno o malo? Depende, claro. No va a generar visitas por sí mismo, pero el Prado no las necesita. Las nuevas salas me parecieron grandes y luminosas, pero quizás escasas en número y dotadas de un suelo de madera de muchos colorido, que puede contrastar en exceso con las pinturas allí expuestas. El principal problema de la obra, a mi entender, es que allí sigue la iglesia de los Jerónimos, en medio, y esa creo que es la pieza que le faltaría al complejo para rematar su estructura, desacralizando el templo y usarlo como salas de exposiciones de pintura antigua. Sobre el uso de las nuevas salas decía un amigo mío que el claustro debía usarse como nueva cafetería, y le dije que no, pero reflexionando un poco sobre ello quizás no sea tan mala idea, y es que en una obra de estas son tantas las ideas que le surgen a todo el mundo que es imposible complacerlas.
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