Perdone el lector que esta semana esté un poco más localista que lo habitual, pero es que cuando en el ámbito cercano ocurren cosas importantes o sorprendentes uno no puede dejar de fijarse en ellas. La semana pasada cerraron dos bares en Elorrio, el Erreka y el Jakoba. Fuerte, verdad?? En un país como el nuestro, donde bares, locales de tapas, garitos, tugurios, antros de diseño y establecimientos de “ocio” similares abundan por todas partes, la noticia del cierre de uno de ellos es algo ilógico, anormal. Que cierre una librería, o una tienda de golosinas, o una farmacia pase, pero un bar, que cierre un bar, y dos. Alucinante.
No puedo decir que el Erreka, en el que he estado más veces que el Jakoba, sea el bar de mi adolescencia, y su barra la del particular “Cheers” que ocupa gran parte del imaginario pasado. No, lo que sí es cierto es que ese bar era uno de los más veteranos de Elorrio, aunque es más joven que yo. Los recuerdos que me vienen a la mente en primera instancia son los apretujones en fiestas, un calor insoportable, unos bafles enormes siempre al lado de la oreja, y un maldito escalón donde tropezarse era algo ya sabido. El hueco del fondo era coqueto cuando no había gente, y sobre el colgaba en los noventa un póster panorámico de Manhattan, con las torres gemelas, una réplica del cual ahora adorna mi salón. Sin embargo, cuando yo era un niño muy pequeño, el Erreka era una frutería (por cierto, que obsesión más rara la de abrir fruterías en la calle del río. Siempre hay dos o tres, cierra una y aparece otra, ¿a qué viene tanta fruta? Alguien debiera investigarlo). Yo no me acuerdo de las cajas de naranjas y manzanas en el lugar en el que está la barra, pero mi madre sí, y debí armarla bien una tarde en la que fuimos a comprar, que va a ser, fruta. Yo era un niño muy raro con la comida (ahora he empeorado : -) ) y el frutero, al parecer, se empeñó, en al típica escena bien intencionada, en que el niño comiera una fresa “Anda, toma, cómetela”. Y yo allí, en medio de las cajas, diciendo que no, que no me apetecía, que no quería fresas ni nada. Pero el tendero insistía, y mi madre, supongo que con miedo de hacerle un feo al tendero si yo no me la comía, me hizo tragarla.
Y ya se sabe que tiernos e inocentes pueden ser los niños..... Al parecer el vómito casi instantáneo que exhalé ensució varias cajas de fruta, e incluso puede que la ropa del frutero, que sin duda debió ponerse de muy mal humor. Yo no recuerdo nada de aquel incidente, y lo cierto es que al poco la frutería transmutó en bar, aunque dudo que fuera fruto de mi influencia. A lo largo de los años de vida del local, muchos habrán sido los que se han emborrachado en su barra, y no pocos los que hayan vomitado en ella, pero creo que tengo el (dudoso) honor de ser el primero que dejó algo de sí mismo en aquel establecimiento. Otro pedazo de historia local que cierra, y que sólo recordaremos en fotos. Habrá muchas del bar, la barra y los sofás, pero queda alguna de la frutería, cuando estaba limpia?????
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