Mucho se habla estos días sobre el fin de la burbuja inmobiliaria, el aterrizaje, veremos si suave o desplomado, de los precios de las mismas y del frenazo que empieza a notarse en el sector inmobiliario. Lo cierto es que burbuja hemos vivido, se quiera o no, y lo malo de las burbujas es que uno se da cuenta de su existencia cuando cae desde la punta de su rota pompa. Muchas veces las cifras, la econometría y los datos ayudan a saber que nos encontramos frente a una de ellas, pero normalmente las observaciones reales, las imágenes, son las que nos lo confirman.
Y este fin de semana he visto una de ellas en detalle, nada original, dirá algún lector. Se ha abierto la prolongación de la línea 1 de metros hasta el ensanche de Vallecas. En este caso el término ensanche adquiere toda su propiedad, porque Vallecas ha pegado un estirón y se ha ensanchado hasta el fin del mundo. Cogí el metro y me bajé en al última estación, Valdecarros, un nombre bastante sonoro y algo cutre. Y allí no había nada.... Bueno, exactamente había una rotonda gigantesca, avenidas de tres carriles por sentido vacías, como asoladas por una guerra, y bloques de pisos en construcción por todas partes, con decenas de grúas de los más diversos colores, formas y alturas. A este respecto es triste decirlo, pero estéticamente eran más variadas las grúas en su diseño que los bloques que se construían, edificios abonados a distintas tonalidades de ladrillo caravista y mirador de aluminio, clónicos a lo que se hace en todas partes, y que daban la sensación de estar en Madrid, o en Vitoria, o Zaragoza, o Wisconsin, porque al final de las avenidas lo único que se distinguía era un secarral infinito, y nada más. Allí había un bloque y en ese portal se acababa Madrid. Y desde el otro lado del edificio hasta lo que se podría denominar Madrid de verdad había una buena tirada. Imaginemos por un momento comprarse un piso allí, en medio de la nada, sin coche. ¿Qué alternativas tiene uno? Es cierto que hay metro, pero a gran distancia del centro. Seguro que yo me compro algo allí y me mustio cual flor en un vaso de agua.
De todas maneras, era divertido ver como el metro había llegado antes al barrio que los residentes, justo al revés de lo que suele suceder, y es que la campaña electoral obra milagros. Ahora mismo los principales usuarios de la prolongación de la línea van a ser los trabajadores de las obras. En esto pensaba el Sábado por la tarde mientras paseaba sólo por unas avenidas desoladas, con andamios colgantes y fachadas medioacabadas, un sol de justicia y unas nubes de tormenta que crecían en el horizonte con una aspecto de solidez y aplomo aparentemente mucho mayor que el negocio financiero que sostenía el barrio que exploraba. Eso, creo yo, es una burbuja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario