Ayer fue uno de esos días en los que las noticias se agolpaban de tal manera que uno no daría abasto a analizarlas incluso si se dedicase a ello. Empezó la jornada con la explosión de un coche bomba de ETA en el complejo de oficinas cercano al IFEMA, junto a la sede de Ferrovial, concesionaria de las obras del AVE en el País Vasco. Amigos míos residentes en la zona se vieron perjudicados, y otro buen amigo no pudo trabajar, y vio su día frustrado en nombre de es panada de mafiosos. Por la tarde el PP acentuaba su hemorragia y empezaban a dimitir, o ser cesados, cargos implicados en la trama de corrupción destapada hace pocos días.
Pero lo más confuso y difícil de valorar, creo, es que ayer se murió Eluana Englaro. Tras 17 años en coma, y después de serle retirada la sonda que le alimentaba, falleció Eluana en medio de una batalla política, social y moral sobre si era lícita su desconexión o no. El Parlamento italiano se enfrentaba ayer a gritos a este problema cuando se conoció la noticia de su muerte. Este es un asunto vidrioso, poliédrico, y muy difícil para poder expresar una opinión rotunda y genérica. Sí puedo hacerlo respecto a mi mismo, como dueño que soy de mi vida, y todo el mundo que me conoce sabe que en mi caso jamás permitiría la desconexión de cualquier sistema que me mantuviera vivo, por mucho que sufriese, porque mi fe religiosa es débil, y tengo dudas sobre si hay algo más o no, por lo que todo el tiempo que uno esté a este lado es tiempo ganado. Lo ideal es que uno deje escrita su voluntad, el llamado testamento vital, para que así se pueda actuar conforme a sus deseos si se llega a un punto tan confuso como el de Eluana. No me parece progresista, moderno y misericordioso apagar una máquina que mantiene artificialmente en vida a alguien, pero en el caso que nos ocupa yo hubiese hecho lo que reclamaban los padres de la chica, quienes la querían mucho más que cualquiera de nosotros. La regulación legal de este asunto es asimismo muy compleja, porque como sucede con el aborto, puede haber situaciones en las que sea coherente ejercerlo, pero la ley probablemente genere un disparo en su ejercicio, y al final la frontera entre la muerte paliativa y la comodidad, o la “eliminación” sean difusas. Recordemos que terminar con la vida de uno mismo, el suicidio, sea o no legal, es potestad de uno mismo, y es su responsabilidad, y uno asume todas sus consecuencias (en este caso todas son TODAS). Sin embargo la muerte asistida implica a alguien más, que se hace corresponsable de la muerte del primero. Sea un ayudante, un hospital, el estado, o cualquier otro sujeto, se implica a un tercero en la muerte de una persona, y eso es muy serio. Y en este caso estamos hablando de la muerte de una persona destrozada por la enfermedad, ausente en muchos aspectos de lo que es el mundo de los vivos, desgraciadamente. En el caso italiano la política local ha tendido a enfangarlo todo, contribuyendo a que la tragedia de Eluana, tragedia porque sus 17 años de postración y su final han sido trágicos y dolorosos, se haya convertido en un asunto ensuciado en debates ruidosos, obscenos y seguramente alejados de la seriedad, rigor y respeto que se merece un asunto como este.
Hace pocos años hubo dos películas recomendables que trataban este asunto, desde dos perspectivas muy distintas. “Mar Adentro”, en la que la muerte del protagonista era el tema central, y se hacía en cierta manera una defensa del derecho a la muerte en cualquier circunstancia, sin reflejar las consecuencias para los demás de ese acto, y “Million Dólar Baby” en la que la eutanasia no era el tema central, pero el tratamiento de la misma era mucho más serio y objetivo y, es mi opinión, reflejaba de una manera certera la crudeza, la crueldad del problema, y el destrozo moral y humano que genera una situación como esa en las personas implicadas, y en los que aquí se quedan...... Descansa en paz, Eluana.
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