Este fin de semana he subido a Elorrio y, para variar, ha hecho un tiempo horrible. He podido ver la nieve, y pisarla, pero la verdad es que donde más apetecía estar era en casa, al otro lado del cristal, viendo llover y llover y llover. Quizás pro eso, el Viernes por la noche, y aprovechando que los padres de un amigo pasan largas temporadas en el Mediterráneo, quedamos unos cuantos en su casa para cenar y pasar el rato, guarecidos de lo que caía fuera. Y pese a que yo llegué ya tras al cena, no me perdí el postre. La Wii.
Por primera vez en mi vida este Viernes jugué a la Wii, esa consola extraña, nacida en medio de la reina Playstation y la consorte Xbox, a la que se le auguraba una oscura vida encerrada en palacio, pero que va camino de dar un golpe republicano en el reino de los videojuegos. Si bien empezamos a jugar a carreras de coches, dos a dos, con el resto mirando, al poco uno de los presentes sacó la tabla esa, llamada WiiFit, en la que uno se sube y empieza a hacer extrañas contorsiones, divertidas para los que juegan, y aún más si los vecinos ponen sus ojos en la ventana y observan el espectáculo. Para empezar hay que crear un muñeco virtual, una especie de avatar, que sea el “jugador” que vas a controlar con tus movimientos. Ese proceso es una pesadez, porque el sistema te obliga a seleccionar rostro, pelo, aspecto general, y un montón de cuestiones que ayuda a personalizar mucho el figurante, pero que se pueden convertir en un juego en sí mismas. A mi mis amigos me definieron como calvo, gafoso y regordete, y con cara de pocos amigos. Vamos, Dicaprio reencarnado. Para empezar a jugar el sistema de testea sometiéndote a unos juegos de equilibrio para calcular cómo te desenvuelves sobre la tabal, mostrando una especie de edad virtual al respecto, que suele diferir bastante de al real que tú introduces. En mi caso me puso al borde de la prejubilación y me dijo que padecía sobrepeso, lo que ya desató el cachondeo general. A la hora de jugar empezamos con un slalom en la nieve, comiéndonos las puertas y las curvas, pero al poco pasamos a los saltos de esquí, un juego que rememora esos inolvidables momentos de año nuevo en los que, con un dolor de mil demonios en la cabeza, se preguntan muchos que diablos hacen es panada de colgados tirándose desde un trampolín con el frío que hace y lo a gusto que se debe estar en la cafetería de la estación invernal esa de grufersfritkchen o algo así. La cuestión es que empezamos poco a poco y aquello acabó convertido en una competición en toda regla, con dos amigos míos, JGU y JIA, enzarzados en una lucha por el podium mientras que los otros tres que allí estábamos sobrevivíamos a duras penas. Mis inicios fueron lamentables, con caídas (virtuales) tropezones y 0 metros recorridos en muchos intentos, pero hubo un momento en que logré concentrarme en la fuerza viva, que diría un Jedi, y empecé a remontar, sin amenazar el liderato, pero logrando hacer un papel bastante honroso finalmente.
La lucha por el liderato finalmente fue lograda por IGU, hermano de JGU, anfitrión del juego, que en su última tanda de saltos, dos por jugador, logró acumular más de 300 metros, dejando a JIA como si hubiese ido a comprar algo a la competencia de donde trabaja, cooperativista y defensor a ultranza de su negocio como él sólo. La verdad es que todo fue bastante divertido, y nos lo pasamos muy bien, y de mientras en al calle los copos no dejaban de caer en casa de IGU el calor y la animación fueron de lo más agradable... y encima no lo hice tan mal como esperaba, jejeje.
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