La noche del pasado Martes ETA puso una bomba en la sede del PSOE en el pueblo guipuzcoano de Lazkao. Unos ocho kilos de explosivo destruyeron al sede por completo y dejaron las viviendas colindantes echas unos zorros. A la mañana siguiente el panorama era el habitual en estos casos. Cristales y ventanas arrancadas, paredes ennegrecidas, rutinarias condenas por parte de unos políticos que no saben, pueden, o peor aún, quieren acabar con ETA, las despreciables risitas de los socios cómplices de la banda y el silencio atemorizado y cobarde de los vecinos del pueblo.
Sin embargo esta vez algo ha sucedido que ha roto el guión marcado por ETA y sus socios. Un vecino de Lazkao, Emilio Gutiérrez, que vio como su casa quedaba destrozada después de la explosión, tras haber invertido tiempo, esfuerzos y dinero en arreglarla, decidió que ya era suficiente, que ya basta. Cogió una maza y se dirigió, a plena luz del día, a la herriko taberna del pueblo. Los “herrikos” son las sedes sociales de Batasuna. Para entendernos, es como la casa del pueblo del PSOE, con su bar y locales de reunión, pero regentados por la mafia terrorista (sí, sí, en el País Vasco los etarras tienen bares y todo). Da la casualidad que este herriko debiera estar cerrado, porque estaba en el listado de sedes batasunas que Garzón (no podía ser otro...) mandó clausurar hace ya más de un año, pero en el País Vasco la ley no se cumple, y con el silencio del Gobierno Central, Vasco y municipal, y las más que seguras bendiciones de Monseñor Uriarte y algún otro cura fariseo, el herriko funcionaba como siempre, con toda su decoración externa de apoyo a la ilegalizada D3M y las fotos de los presos del pueblo como si fueran geranios colgando de los balcones. Pues allí se fue Emilio con su maza. Sabiendo que la bomba que destrozó su casa se había puesto con la colaboración y apoyo de los que regentan el local, y consciente de que nadie iba a hacer nada por detenerles, decidió tomarse la justicia por su cuenta. La emprendió a golpes contar las puertas y destrzó los cristales de las mismas. Una vez dentro, se dedicó a reformar el interior del local, arrasando con mesas, sillas y los enseres del bar. Al poco apareció la Ertzantza, esa que normalmente no se le espera cuando hay algaradas y que, de presentarse, se limita a mirar y no hacer nada. Detuvo a Emilio y le dejó en libertad con cargos por destrozos. Aunque aturdida por el infame e inaudito hecho de que un ciudadano se rebele ante sus carceleros, la mafia etarra reaccionó por la tarde, convocando una concentración de protesta, diciendo que iban a denunciar el hecho a la Audiencia Nacional (a Garzón, por ejemplo???) y que Emilio era un fascista (cree el ladrón que todos son de su condición...). Al poco aparecieron carteles amenazantes contra Emilio y ayer ya era conocido que había abandonado Lazkao, huyendo a otro lugar más seguro. Como Roberto Saviano por denunciar a Gomorra, Emilio ha complicado su vida por enfrentarse sólo ante el peligro, la única manera de poder hacerlo en el País Vasco.
Lo que ha hecho Emilio está mal. No se debe caer en la tentación de responder a esta gente con sus mismas tácticas, y es un camino peligroso. Pero dicho esto, me dio una enorme ilusión ver la noticia, a la vez que dudaba si estaba delante de un héroe o un iluso, porque sabiendo como funciona esa mafia en los pueblos era de esperar que Emilio acabase huyendo. Sin embargo, si hubiese más Emilios, más valientes que plantan cara a esas panda de cobardes payasos asesinos que es ETA seguro que acabaríamos con ellos. Ahora ya no tengo dudas. No le podrán poner medallas por lo que ha hecho, pero Emilio es un héroe.
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