Hoy es 11 de Marzo, uno de los dos días 11 que a lo largo del año reparten su carga de amargura y dolor por el resto de las fechas. Hay seis meses exactos de separación, independientemente del sentido cronológico que se tome, entre el 11S, día del horror universal y el 11M, día del horror nacional, al menos así es como los veo. Un día de estos no se puede conmemorar, porque eso es sinónimo de celebración, y es justo lo contrario lo que hay que hacer. Recordar, sí, pero también compungirse, llorar, y sentir la pena compartida de los muchos, siempre demasiados, que este día hace seis años perdieron tanto.
Una forma de unirse a ese sentimiento suele ser la de poner velas, frases, mensajes y símbolos como ofrendas en los lugares donde han sucedido estos hechos horribles. Bueno, al verdad es que esto en Madrid es posible, pero en Nueva York no, porque allí la devastación fue tal que el lugar del recuerdo es un pozo de escombros y amargura. En nuestro caso fueron las estaciones de tren del recorrido Alcalá de Henares – Atocha las que sirvieron como improvisadas ermitas, que a modo de vía crucis, iban llevando los mensajes y condolencias hasta Atocha, en cuyo exterior se creo un altar improvidazo junto al templete que da acceso al núcleo de cercanías. En un lugar feo e inhóspito, lleno de coches, asfalto, ruido y nada de tranquilidad los ramos de flores y las velas tomaron al asalto el exterior de ese edificio y llegaron a darle un toque religioso auténtico. Lo vi varias veces, no ese mismo 11, pero sí el 12, y 13 y más días posteriores. Abundaban sobre todo los escritos y mensajes, sobre papeles arrugados, cartones, plásticos, lo que fuera. Miles de velas, y flores, algunas en ramos hermosos, otras sueltas, perdidas. De todos los colores, formas y significados. Las velas se iban apagando pero día tras día surgían nuevas, de formas y tamaños variados. Las flores se marchitaban, pero noche tras noche se reponían por parte de los que expresaban su sentimiento mediante los pétalos de una pobre peor bella flor. Llegó un momento en el que estos altares empezaron a ser realmente grandes y a muchos les molestaban, y en una decisión que en su momento critiqué y hoy sigo pensando que fue vergonzosa, se retiraron para dejar “sitio libre”. En su lugar se instaló un templete con un teclado electrónico en el vestíbulo de Atocha para que la gente escribiera sus mensajes de una manera aséptica, fría y sin incordiar. En vez de dejar que la marea de flores se extinguiera en su propia tristeza se sustituyeron por una pantalla de LCD y un teclado poco ergonómico. Yo, que afortunadamente no tuve pérdidas personales en ese atentado, escribí en ese dispositivo electrónico, puse algunas frases, que ahora no recuerdo, pero supongo que querían expresar rabia y tristeza ante lo sucedido. No se si lo logré, sinceramente lo dudo, pero eso carece de importancia alguna. Los grandes sentimientos son tan difíciles de expresar como de contener. La inauguración del monumento del 11M hace unos años en la estación de Atocha y la posibilidad que permite de introducirse en él para evadirse del exterior vino a paliar la falta de un espacio de recuerdo, aunque es cierto que no es lo suficientemente significativo ni grande como para reflejar lo que allí sucedió.
En el intento, entre otras cosas, de paliar esto, el CSIC ha creado el denominado Archivo del duelo, que es un espacio virtual (ya todo es virtual en nuestras vidas, nada parece real) en el que se recopilan los videos, imágenes, testimonios y recuerdos que esos miles de personas dejaron en las estaciones esos días. Trata este archivo de rescatar del olvido, de la pérdida, todos esos testimonios que tanto incordiaban y que tan rápidamente fueron ocultados. Es un proyecto útil, bonito, y sobre todo necesario. Un curioso pero sentido homenaje para las víctimas de ese maldito día. Sea para vosotras este humilde texto de hoy. No os olvidamos. No os podemos olvidar.
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