Si no pasa nada raro hoy Obama estampará su firma en al ley de reforma sanitaria que la noche del Domingo, hora española, fue aprobada por la Cámara de Representantes norteamericana. Un resultado de 219 “sies” frente a 212 “noes” que salva el proyecto estrella de su mandado y en parte su propia presidencia. No es esta la reforma que Obama deseaba cuando llegó a la Casa Blanca, de hecho creo que es el tercer borrador, cada uno de ellos suavizado respecto al anterior, pero es muy importante, y le permite erigirse en vencedor de esta extraña batalla, que desde aquí ni se entiende ni comprende.
Y es que la sanidad americana es un lío. Para simplificarlo mucho, y a riesgo de cometer inexactitudes, se diferencia sobre todo de la europea en dos aspectos. Es privada y no obligatoria. Privada porque son las empresas y los trabajadores los que pagan las pólizas de los seguros privados que costean el gasto sanitario y hospitalario del paciente, y no obligatoria porque no todo el mundo está cubierto si no paga su seguro. Así uno puede escoger cuánto aporta a su seguro médico y en función de lo que paga tener una mayor o menor cobertura, estimando según la salud que uno posee lo que prefiere gastar en prevención. Es obvio que si uno se queda en paro deja de recibir prestaciones del seguro de su empresa, motivo por el que el desempleo norteamericano es doblemente peligroso para el que lo sufre, y causa principal, según mi grandiosa amiga ABG, que sabe mucho de esto de la sanidad americana y de sus limitaciones, de que el parado norteamericano busque un nuevo empleo con avidez, y que de ahí provenga mucha de la flexibilidad del mercado de trabajo de ese país. Es una teoría muy interesante. Hay dos excepciones de carácter público a lo anterior, que son el Medicare, programa de cobertura a los jubilados, y el Medicaid, programa de cobertura sanitaria a personas de muy bajos ingresos. Sin embargo el sistema americano sigue manteniendo a un montón de gente sin cobertura, se estima que en torno a los 40 millones de ciudadanos, y las prestaciones que ofrecen son caras e insatisfactorias pese a que es uno de los países que más gasta en sanidad por habitante en todo el mundo. Desde hace tiempo se busca la manera de reformar todo esto sin que ello implique costes adicionales, y en ese empeño han fracasado presidentes como Carter o Clinton, pero no Obama.¿Qué supone esta reforma de Obama? En su primera versión se trataba de crear un seguro sanitario público de carácter mínimo y universal en el que el estado fuera el prestatario de servicio, en una versión reducida de la Seguridad Social que poseemos aquí. Sin embargo esta idea se ha ido diluyendo poco a poco en medio de votaciones y protestas variadas, por lo que al final la reforma supone, en lo básico, hacer obligatorio el seguro privado para todos los ciudadanos, de tal manera que se universalice la cobertura, una de las patas que fallaba respecto a nuestro modelo. Seguirán siendo las aseguradoras privadas las que gestionen estas coberturas, pero se crea una especie de paquete mínimo de cobertura que estarán obligadas a suscribir a cualquier ciudadano, independientemente de su renta y salud. El estado será el que compense las desviaciones y pérdidas en las que incurran las aseguradoras al poseer clientes “malos” que generan coste superiores a lo que ingresan por sus pólizas, y así al menos todo americano tendrá una cobertura, pequeña, pero no se quedará tirado.
Visto desde nuestra óptica alguno podrá decir que para vaya porquería han montado semejante jaleo, pero eso no sería sino otra muestra del papanatismo con el que los españoles observamos el mundo, sólo con nuestra estrecha mirada. Una de las cosas sorprendentes que descubre uno cuando va a EE.UU. es que allí no hay una demanda ciudadana de cobertura social, no hay manifestaciones, no existe esa sensación de inseguridad médica, sino que, al contrario, muchos observan a la sanidad pública como una intromisión del estado en la vida privada, y en la cartera, de los ciudadanos, y sin contar el asunto del aborto, claro. Es en este contexto donde la reforma adquiere su valor. No es demasiado, pero es mucho, y permite a Obama apuntarse, por fin, un tanto de verdad.
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