Si ha habido un teme recurrente a lo largo del puente que me he fabricado de manera artificial ha sido el viento. Las alertas, avisos y señales de emergencia que empezaron a aparecer en las televisiones a partir del Miércoles presagiaban el final mundo para el sábado por la tarde en la cornisa cantábrica. Quizás esta haya sido la vez en la que un temporal de estos se ha anticipado con tanto tiempo y tanta información. Incluso ha sustituido a la omnipresente crisis como tema de conversación durante algunos días, pero nada es eterno.
Viento lo que se dice viento, hizo, pero tampoco tanto. Al menos en Elorrio, la zona que me tocó a mi, el Sábado fue un día extraño, en el que ráfagas sueltas de viento alternaban con ratos de tranquilidad y todo ello bajo un cielo predominantemente despejado. De vez en cuando golpeaba una racha intensa, pero era algo ocasional, y caían gotas que venían arrastradas de a saber donde. Lo cierto es que por la tarde no había nadie por la calle, los paseos estaban desiertos, y era evidente que se había hecho caso a los avisos de que mejor se quedaran todos en casa. Algo más psicodélico fue ir a primera hora del Sábado de compras al supermercado local y encontrarme con colas de gente y carros atiborrados como si, efectivamente, llegara el fin del mundo. Será que el temporal lo patrocina Eroski, o Alcampo, pensé, y RGG, amiga mía y cajera ocasional en el “super” no dejaba de trabajar como una loca, acordándose del temporal que se le acercaba a su caja, con fuertes cajas de frutas y demás enseres. Pensaba en cosas así el sábado por la tarde mientras me encontraba sólo por completo mirando al cielo del atardecer. Gracias al viento y las gotas de agua sueltas había algunos arcos iris surcando el cielo, enormes, y las nubes tomaban unas formas y tonalidades preciosas, difíciles de ver en esa zona. Ocres, amarillos y brillantes se recortaban en un cielo que, lleno de azules, cambiaba a marchas forzadas movido por una corriente que era evidentemente más fuerte en las alturas que a ras de suelo (menos mal). Por la noche al intensidad del viento aumentó, hubo ráfagas realmente fuertes, y paseando a oscuras antes de tomar un café con los amigos me acerqué a algunos pinares próximos a mi casa y se oía perfectamente como las copas y ramas de algunos árboles se partían sin cesar, víctimas de unas ráfagas que, aunque seguían siendo sueltas alcanzaban ya una intensidad muy elevada. El viento sopló durante gran parte de la noche pero a eso de las 1:40 de la mañanaza, cuando llegué a casa de vuelta (no, no estuve en un “after” ni en otro sito más animado) las ráfagas habían ya descendido. El suelo estaba lleno de hojas, ramas, plásticos y trozos de pequeños objetos que no dejaban de moverse de un lado a otro, como animados por una procesión de origen desconocido. Lo duro del temporal ya había pasado. Ahora, tras unas horas de cama, tocaba ver si había habido consecuencias serias, más allá de unas calles perdidas de residuos.
Y el balance de daños va un poco por barrios. Según he oído en zonas del valle de Atxondo los destrozos fueron mayores que en el resto del Duranguesado. Paseando por San Agustín el Domingo por la mañana podía verse el remolque de camión articulado que, aparcado y desenganchado de la cabeza tractora, estaba volcado sobre el paseo, con las ruedas perpendiculares al suelo. Por lo tanto temporal hubo, aunque por lo visto en la tele menos que en Galicia. Me queda la duda de que harán todos los que el sábado se atiborraron de hacer compras con las provisiones que tienen en casa. Creo que no se pasarán por la tienda en bastantes días.
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