En esta semana corta, dado el puente que tenemos a las puertas, no han abundado las buenas noticias, destacando entre las malas la reaparición de ETA y el asesinato de un gendarme francés en suelo galo. Quizás esto es lo que entiende esa mafia cuando se habla de la necesidad de exportar e internacionalizarse en épocas de crisis. La cosa es que el otro día vi una noticia que me pareció curiosa y optimista, y eso en estos tiempos es mucho. Resulta que la NASA ha encontrado vida no en medio de la programación televisiva, lo que sería milagroso, sino a 200 metros bajo la capa de hielo de la Antártida. Eso es frío y no este invierno.
Según cuenta la noticia los organismos son similares a las gambas, aunque no consta que los científicos acabaron celebrando su descubrimiento con una mariscada de productos locales. Lo chocante de la noticia es que bajo ese montón de hielo, donde jamás podría pensar uno que hubiese algo vivo, resulta que sí, que hay vida. Y quién sabe qué más especies desarrollarán una activa, o monótona, vida bajo toneladas de hielo y nieve. Esto nos vuelve a enseñar que los humanos somos unos prepotentes y que damos por sentado que sólo puede existir la vida en ambientes y ecosistemas donde nosotros mismos sobreviviríamos. Sin irse a la Antártida, porque a mi al menos se me hace difícil imaginarme tanto hielo, el fondo de los mares está lleno de vida. Seres más o menos microscópicos viven bajo cientos, miles de metros de agua, sin luz, y soportando presiones que destrozarían cualquier estructura humana. Para hacernos una idea de lo hostil de ese entorno basta señalar que el hombre sólo ha bajado una vez a la fosa las marianas, el punto más profundo de los océanos, y que descender a más de mil metros es toda una aventura, mientras que cada pocos meses mandamos gente al espacio. Pudiera pensarse que estos fondos de pesadilla están totalmente muertos, pero no. Hasta en el fondo de las marianas hay vida, muy distinta desde luego a lo que nos imaginamos habitualmente como “vida”, pero la hay. Este prejuicio sobre las condiciones necesarias paral albergar la vida es una suerte de principio antrópico que condiciona mucho la búsqueda de trazas de vida fuera de nuestro planeta. En ese objetivo suele ser muy habitual descartar planetas descubiertos porque son muy grandes, o muy pequeños, o sus órbitas difieren mucho en excentricidad y proximidad respecto a su estrella de lo que sucede con la tierra, o sus atmósferas son muy distintas a la nuestra, etc. Partiendo del hecho de que el concepto mismo de vida es algo confuso (sin ir más lejos ¿está vivo un virus?) lo que nos demuestran hallazgos como el de la Antártida es que no tenemos mucha idea de lo que buscamos ni de bajo qué condiciones se puede desarrollar. Habría que ampliar mucho los esquemas mentales y biológicos, permitiendo la posibilidad de que haya organismos vivos (que nadie espere seres grandes y peludos) en entornos que a simple vista nos parezcan infernales. Por ejemplo parece que en la superficie de Marte no hay vida, pero quién sabe lo que sucede a unos cuantos metros bajo su superficie. Puede haber bacterias latentes, organismos adaptados a millones de años de oscuridad y tierra. Y en otros planetas las posibilidades pueden ser cuasi infinitas.
Otra gran lección que nos dan esas gambas antárticas es que, como decía Michael Crichton en Parque Jurásico y luego repitieron en el guión, la vida se abre paso. Una vez que germina crece y se extiende sin fin a todas partes. Este curioso y e interesante accidente temporal que es la especie humana ocupa ahora su nicho en ele tiempo geológico, pero la vida existía antes de nosotros y existirá después. Nuestra soberbia e ignorancia, afortunadamente, no podrán acabar con ella, aunque vistos algunos programas de la tele, repletos de gusanos y sabandijas carroñeras, pudiera parecer lo contrario.
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