A lo largo de estos días ha ido aumentado el escándalo en torno a los abusos cometidos por distintos religiosos sobre niños en muchas partes del mundo. El que más revuelo ha causado ha sido los cometidos presuntamente en el coro de Ratisbona, ciudad alemana, dirigido por George Ratzinger, hermano del actual Papa Benedicto XVI. Así, lo que “sólo” era una acusación de graves delitos a unos religiosos se ha convertido en una bomba mediática que amenaza las altas esferas del Vaticano, concretamente la esfera más alta, el papado. El Vaticano rechaza las acusaciones y condena los hechos, pero... es ya muy tarde???
Durante varios años ha sido común el destape de abusos cometidos en instituciones religiosas. Quizás donde más casos surgieron fue en Irlanda, seguida de Estados Unidos. Algunas diócesis se han arruinado pagando indemnizaciones millonarias, y se produjeron algunos ceses de altos cargos, pero es cierto que el Vaticano no fue lo suficientemente rápido ni ágil para responder. Los delitos de los que se acusaba a los curas eran muy graves. El abuso infantil, el toqueteo, violación, tráfico de material pornográfico y demás son comportamientos infames, asqueroso y delictivos, los haga un señor con alzacuellos o sin ellos. En el caso de los prelados si se quiere hay un pecado mayor, pero igual delito que si se tratara de cualquier otra persona. Al igual que pedimos que los políticos dimitan y sean cesados de sus cargos de manera preventiva si están imputados en casos de corrupción, un sacerdote o un obispo deben ser igualmente apartados de su cargo si un juez les imputa unos hechos tan graves y repulsivos. ¿Ha sido este el proceder de la iglesia? No, y eso hay que denunciarlo. Inicialmente se optó por dar la callada al asunto, para posteriormente negociar de manera encubierta con las familias de los que habían sufrido abusos para poner un precio a ese delito en forma de indemnización. Sin embargo la falta de autoridad por parte de Roma para expulsar a los que habían cometido semejantes actos fue vista por muchos como una especie de “dejar hacer” y no de hacerse la enterada de lo que sucedía. A largo plazo estas medidas permisivas generan un destrozo mucho mayor, algo así como las hierbas no podadas que se convierten en zarzas y destruyen la planta. Desde su llegada al papado Ratzinger, Joseph, no George, ha sido más duro con este asunto que su predecesor Juan Pablo II. Sus condenas públicas y petición de perdón han sido altas y claras, pero me da la sensación de que Benedicto XVI es un Papa pensador, un teólogo, un reflexivo, y que se encuentra virtualmente encarcelado en un Vaticano gigantesco, dominado por una organización que le controla y a la que no puede hacer frente. No basta con pedir perdón, aunque también hay que hacerlo. La iglesia debe expulsar de su seno a todos los que han cometido esas fechorías, colaborar con la justicia para aportar pruebas, si las tuviera, de sus actos, y limpiar su seno de esta lacra. Quizás también sería el momento de abrir un intenso debate sobre el celibato de los curas, si es realmente necesario o no, si su persistencia contribuye a que estos comportamientos se exacerben entre los prelados, de que aporta a la misión pastoral y que entorpece. Un asunto complejo, pero que habrá que abordar.
De mientras siguen apareciendo casos, y cada vez más cerca. Ayer se supo que hace unos meses fue detenido en Chile un sacerdote que durante res años grabó los abusos que cometió sobre niños en los colegios en los que trabajó, concretamente en los pertenecientes a la comunidad de San Viator de Madrid y Vitoria. Si es cierto de lo que se le acusa, este hombre debiera pasarse el resto de su vida en prisión, como anticipo de la condena eterna que, si tiene fe, le espera en el infierno cuando fallezca. De momento ya ha contribuido, y mucho, a hacer que las vidas de los que le han rodeado hayan sido infernales.
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