Uno de los temores que suelo tener a veces cuando voy a hacer compras es que la tarjeta no me pase. Por fallo de banda, o del lector, o vaya usted a saber que, deniegue al compra y me vea en la cola de la tienda, centro comercial o similar con unos cuantos productos que debo devolver porque normalmente llevo poco efectivo encima. Recargando el carro de bolsas y de vuelta seguro que alguno de los consumidores pensaría para sus adentros “mira, otro al que le ha golpeado la crisis” y yo me quedaría con cara de tonto, vencido por la tecnología.
Algo similar, aunque a escala, me sucedió este fin de semana haciendo compras en el Eroski local de Elorrio. Cuando voy allí llevo dinero en metálico, porque a mis padres, como a muchos de su generación, ya el mando a distancia de la tele les supera, así que de tarjetas y cosas así nada de nada. Llegué, aparqué el coche, cogí el carrito y empecé a llenarlo de los productos que mi madre había apuntado en la lista. En la tienda había algo más de gente que en otros Sábados, quizás porque el Viernes 19 fue festivo y lo era el Domingo y arriba nunca se abre nada en festivo. La cuestión es que cogí una de las cajas de pago y empecé a depositar sobre la cinta los productos, en uno de los actos más tontos y redundantes que hacemos a lo largo del día, porque luego hay que volver a meterlo todo otra vez en el carro y volver a sacarlo en al coche. Apilé algunos dulces, cartones de leche, poca fruta, muchos detergentes y cosas variadas. Al hacer la cuenta la cajera dijo una cifra que era algo más de dos euros superior a los 50 que llevaba en el bolsillo..... no me puedes decir eso” comenté en alto, y empecé a pensar si quedaba alguna moneda en el coche, y rápidamente me di cuenta de que no. Afortunadamente no había mucha gente en mi fila, y empecé a hacer un juego de regate con la cajera para quitar algunos productos y conseguir bajar del listón de 50 euros. No se si es porque no me importa o soy despistado, pero no suelo fijarme en los precios de los artículos que compro, así que empecé descartando un bote de lejía de dos litros... “son 69 céntimos” me dijo la chica sonriendo.. sólo 69??? “Con lo que pesa el condenado” y allí descubrí en mis carnes que el precio y el peso no tienen nada que ver. Como también llevaba dos paquete opté por dejar uno de magdalenas que, toma ya, costaba algo más de dos euros, y que por pocos céntimos me permitía bajar de la cifra límite. Me quedé asombrado al ver que un paquete de magdalenas que te puedes ventilar en un día cuesta como cuatro litros de lejía con detergente, que te duran una barbaridad, pero ya he dicho que esto para mi es un mundo extraño. Renuncié a parte del valioso dulce y acabé pagando y recibiendo algunos céntimos sobrantes, valiosos como ellos solos en este caso. La cajera, una chica joven y guapa, no dejó de sonreír en todo momento, hizo bien su trabajo y contribuyó a que una situación extraña, la primera vez que me sucedía, acabara siendo algo anecdótico, eso sí, a cambio de un paquete de magdalenas.
Al volver al aparcamiento con el carrito y abrir el coche para cargarlo no dejaba de pensar en lo que había sucedido, y que 50 euros son muchos euros, y que bien mirado todo lo que había comprado valía tanto. No se, tuve una sensación extraña, me acordé cuando con 5.000 pesetas, 30 euros, podías comprar un montón de cosas, y que ahora 50 euros no dan para mucho, y eso sí los tienes, porque si eres uno de los golpeados por la crisis 50 euros son una fortuna. ¿Cuántas veces sucederá al día lo que me pasó el sábado? ¿Y para cuánta gente renunciar a una magdalenas no será una anécdota sino un drama?
1 comentario:
Pues bonito...cuando nos suban el IVA, ya te puedes llevar un billete de 100 o empezar el régimen y dejar las magdalenas. ¡¡QUE NO VIVA EL IVA!!
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