Pues la verdad es que nada. Ya ha terminado la cumbre canadiense del G20 y el resultado ha sido el que se esperaba, es decir, no hay acuerdo sobre las dos posturas ante el agujero de la crisis, reducir la deuda versus mantener estímulos fiscales y el comunicado final viene a decir que los países sean buenos, se porten bien y que escojan el camino que mejor les parezca para salir del atolladero. Para este logro nos podíamos haber ahorrado el dineral que ha costado la cumbre y los destrozos asociados. Los canadienses, gente pacífica y responsable donde las haya, aún estarán con el miedo en el cuerpo tras lo que han visto en sus calles.
Así que como en la cumbre en sí no hay mucho que cortar, fijémonos en otro aspecto más interesante. Una de las propuestas que se llevaban a la misma era la implantación de un impuesto a la banca para sufragar los costes de los rescates efectuados los últimos años (y los que vendrán). Al final tampoco ha habido acuerdo y otra vez cada uno que haga lo que quiera, pero esta vez la falta de acuerdo ha sido causa de loa llamados países emergentes, especialmente China y Brasil, que me temo que ya han emergido. Lo que más me interesa destacar de esta cumbre es que se vuelve a repetir lo que hemos visto a lo largo de los dos últimos años, y es que el peso de occidente en las decisiones internacionales va disminuyendo de manera rápida y preocupante. Si China se niega a revaluar su moneda de verdad da lo mismo que se lo pida Europa a coro mixto de catorce voces o Estados Unidos con un grito ensordecedor. No lo hará. Como hizo lo que quiso en la cumbre del clima y en otras citas internacionales. Sólo Estados Unidos puede hacerle contrapeso, pero a medida que pasa el tiempo el poder chino se incrementa, y con él el de los países asiáticos de su entorno. Parece que el mundo gira poco a poco hacia el Pacífico, y eso nos pone a los europeos en una situación muy mala. De esto trata, entre otras cosas, la entrevista más interesante de las publicadas este fin de semana, a Jim Rogers en el suplemento Negocios de El País. En ella Rogers dice que los anglosajones, Estados Unidos y Reino Unido, están peor que España, aunque olvida decir que ellos tienen más capacidad para poder estar peor y aguantarlo, mientras que nosotros ya hemos llegado a nuestro límite. Pero incide claramente en ele hecho de que occidente, tanto Europa como Estados Unidos, estamos completamente endeudados, y que nuestros acreedores son los países asiáticos. Con su ahorro hemos financiado los años de bonanza, incluidos los fastos financieros e inmobiliarios españoles, que nos han generado esta crisis y una resaca profunda y dolorosa. Del pensamiento de Rogers se puede deducir que la riqueza se está trasladando hacia esa parte del mundo, y con ella el poder y la influencia internacional. ¿Estamos así condenados a vivir un siglo chino? Vamos camino a ello, pero no es inevitable. China tiene sus propios problemas, inmensos y larvados, y tarde o temprano aparecerán en forma de crisis política, porque no es posible que una dictadura pueda sostenerse en un país con una economía creciente y unas clases medias pujantes y cada vez más conscientes de lo que hay fuera de su país. Tarde o temprano esa tensión reventará, si es que no lo hace antes la propia burbuja inmobiliaria que se esta incubando en las ciudades chinas.
Pero lo cierto es que como europeos debiéramos preocuparnos de que la decadencia en la que parece que estamos sumidos no tiene vuelta atrás. Leí hace unos días que el papel de Europa en el mundo podía ser como el de Grecia en el imperio romano, inspirador de ideas, fuente de cultura, lugar de estudio y respeto, pero secundario a todas luces. Visto como ha acabado Grecia, sinceramente, creo que nos toca espabilar para no convertirnos en una ruina de nosotros mismos. ¿Seremos capaces de afrontar este reto y los sacrificios que implica? Me temo que nos va en ello más de lo que imaginamos.
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