Ayer Martes, gracias al ofrecimiento de una entrada por parte de una compañera de trabajo (MUB), tuve l oportunidad de ir a la ópera. En este caso no se trataba de un pieza famosa, tipo Traviata o Las bodas de Fígaro, sino una obra titulada “Die Tote Stadt” que se puede traducir como la ciudad muerta, del compositor alemán Erich W. Korngold. Quedaría muy bien si dijera que iba sabiendo la música y argumento de la obra, pero mentiría como u bellaco. No había oído jamás ni al autor ni la obra, pero la verdad es que me gustó mucho, y pese a no ser conocida y no tener arias famosas, es agradable de oír e interesante de ver.
Les confieso que nunca hasta ayer había ido a la ópera. He visto representaciones por televisión y las he oído por la radio, pero pocas han sido las obras que he escuchado en su totalidad. No tengo el mono de la ópera en mis genes, pese a que soy un devorador compulsivo de música clásica. De hecho no tengo ni una ópera en CD en casa. Sí algunos fragmentos y arias famosas, pero no obras enteras. Por lo que he escuchado me gustan más las alemanas que las italianas, y entre ellas más Mozart que Verdi o Puccini, pero más allá de la distinción entre voces humanas (soprano, tenor, barítono, etc) y el conocimiento histórico sobre la vida de los compositores y sus obras, poco podría decir. Así que ayer me fui al Teatro Real con una curiosidad en el cuerpo muy elevada. También era la primera vez que iba a extra en el Teatro, inmenso, que cierra el extremo más corto de la Plaza de Oriente y da nombre a la estación de metro de Ópera. El edifico estuvo muchos años abandonado y tras aún más ejercicios de obras, que parecían inacabables, como todas las que se hacen en Madrid, y con contratiempos como el derrumbe de la lámpara principal de la sala poco antes de su apertura, hace años que funciona como sala estable de ópera. Alguna vez he estado tentado de comprar entradas para alguna función, pero en general los precios son muy caros y me da dolor de corazón pagar tanto por un disfrute que puede ser tan bello como breve. ¿Cómo es el edificio? Pues muy restaurado, con una escalera de acceso a plantas de cierto aire titánico, por lo del Titanic, no tanto por su dimensión, y con un patio de butacas inmenso. Mi localidad estaba en el centro de la última fila del último graderío, la butaca 3 de la fila 15 del paraíso, a una altura descomunal sobre las balconadas, y volando prácticamente sobre la platea y el escenario. A pesar de la altura, al estar centrado, se podía seguir bastante bien la obra con visión directa sobre el escenario, aunque en algunos casos las pantallas que estaban situadas en los laterales de la grada y que retransmitían el espectáculo como si de un canal de televisión se tratase ayudaban a apreciar detalles que se producían en el fondo del escenario y que se escapaban desde mi posición de mochuelo encaramado. Los subtítulos (cantaban en alemán) eran rápidos y se leían bien. Me extraño la afluencia de público, porque siendo Martes, a las ocho de la tarde, y una obra bastante desconocida, la entrada era muy buena, no llegando al lleno absoluto pero sí pasando ampliamente los tres cuartos. Se ve que hay afición y abonos vendidos. En el intermedio, en este caso único, pasee un poco por el edificio y la ventaja de estar tan alto era que la cafetería que estaba sita en mi nivel tenía unos enormes ventanales con unas vistas del Palacio Real y la sierra en el momento del ocaso realmente embriagadoras.
¿Y la ópera en sí? Bonita. Muy resumidamente, el protagonista principal sigue enamorado de su amada, fallecida hace poco, y pese a que su amigo y una nueva joven actriz que llega a la ciudad, Brujas, tratan de sacarle de su ensimismamiento, él vive obcecado, encerrado y absorto en el retrato de una muerta que no volverá. Suceden muchas cosas y al final la obra acaba con el protagonista dando un valiente paso hacia su liberación. Muy bien cantada y con un montaje espectacular (es impresionante ver como evolucionan los escenarios en directo) la función fue muy agradable, y la verdad es que lo disfrute.
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