Si se fijan, periódicamente asistimos a la aparición de enfermedades que amenazan con derrumbar nuestro sistema de vida y sociedad, y que finalmente se desvanecen en medio de la nada sin que se sepa mucho de ellas. El temido fin pronosticado por los agoreros se aplaza y los fallecidos por estos males son olvidados con rapidez. Es lo que pasó con la fiebre de las vacas locas, que amenazaba con explotar nuestros cerebros como los de los marcianos de Tim Burton, y que ahora nadie recuerda al paladear un chuletón o ponerse una de esas extrañas camisetas de Kukuxumuxu llenas de vacas.
Puede que en el caso de la E.coli alemana que vivimos estos días se de un ciclo muy similar, y que dentro de unos meses de lo único que nos acordemos sea del desastre económico que ha causado la imprudencia de una responsable sanitaria de Hamburgo, nerviosa, locuaz y ansiosa por encontrar a un culpable. Ahora mismo estamos en la parte “caliente” del brote, ese que sirve a los periódicos para que las secciones de ciencia puedan escalar puestos en las portadas y asomar titulares, casi siempre bordeando la tragedia. Los datos son malos, la verdad, con 1.500 personas afectadas, unos quince muertos y casos que se empiezan a dar en numerosos países, no sólo ya en las vecindades de Alemania. No me se las cifras, pero no me extrañaría que en personas afectadas hayamos superado a los casos registrados en humanos de lo de las vacas locas. También crecen las consecuencias económicas a medida que el brote se descontrola, y es que la decisión tomada por Rusia de cerrar sus fronteras a todos los productos de huerta provenientes de la UE ha sentado muy mal en Bruselas. Quizás ahora sepan en la capital europea cómo nos hemos sentido en España por un bloque inicial de productos que fue infundado y sólo ha causado ruina y preocupación. Ahora la decisión rusa nos perjudica a los españoles, y también a los franceses y alemanes. Veremos a ver con que diligencia se mueven los funcionarios comunitarios para salvar los sectores agrarios de los países que sí importan en la UE, visto que nosotros no somos uno de esos países. Tampoco acabo de entender muy bien lo de Rusia, porque la salubridad y los controles sanitarios de ese país brillan por su ausencia. Mi impresión siempre ha sido de que los productos alimentarios rusos no hacen enfermar a su población porque el frío natural mata todos los gérmenes y el vodka ingerido a mansalva extermina los pocos que no se hayan congelado. En fin, la cosa es que Moscú vuelve a apretar las tuercas, amparada eso sí en una alerta real. Lo único cierto de toda esta historia es que el brote se inició en Hamburgo, que la fuente den contaminación está allí, que no llegó de fuera, y que es desde esa ciudad desde donde se está propagando por todas partes. Así, mientras los técnicos tratan de encontrar el origen del brote, para impedir que siga emitiendo una contaminación sin fin, los laboratorios alemanes están trabajando a destajo para encontrar un freno a la bacteria. La secuenciación del genoma de la misma ha permitido saber que esta bacteria es distinta a las conocidas, fruto de una mutación, mezcla o vaya usted a saber, producida no se sabe cómo, cuándo ni donde (bueno, eso sí, en Hamburgo). Es más peligrosa que las cepas ya conocidas y genera daños severos, especialmente en los riñones, habiendo pacientes a los que sólo un proceso de diálisis les permite sobrevivir. Ahora mismo la situación en Alemania no es buena, no.
Si todo va como debe, en un plazo razonable (días, semanas) se habrá encontrado el foco de la infección y una cura, al menso parcial, a la enfermedad, y el brote se irá apagando poco a poco, siendo sustituido en los informativos por la última frase ocurrente y hueca dicha por uno de nuestros ingeniosos políticos. No tengo muchas dudas sobre esto. De lo que no estoy seguro es de que los agricultores españoles cobren indemnización alguna por lo que les han hecho, que la UE resarza el daño o que Alemania simplemente se disculpe. El daño económico y de imagen ya está hecho, y recuperar eso costará mucho más tiempo y esfuerzo.
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