Aunque no se lo crean, visto lo sucedido en los últimos días, este fin de semana va a ser plenamente veraniego en casi todas España, salvo en la franja norte. Hará sol y las temperaturas empezarán a subir, acercándose a los 30. Un preludio del verano que entra, astronómicamente, dentro de doce días, pero que está en la mente de todos desde mucho antes. Así hace mucho que empezó la llamada operación bikini, con objeto de amoldar la figura al lucimiento playero y tostar la piel para que parezca morena. Y con todo eso llegó un concepto que nunca entenderé pero que triunfa sin límites. La dieta.
No les exagero si les digo que en mi planta hay más mujeres a dieta que el total de hombres, y es que la cosa está así así. Una compañera de despacho, otra funcionaria que está el despacho contiguo, otra sita en la esquina… es increíble. Y claro, la mayor parte están siguiendo la dieta que se ha puesto de moda, la llamada Dukan, inventada por un señor que ha conseguido hacerse famoso y forrarse a cuenta de este asunto. ¿Y en qué consiste esta dieta? No tengo ni idea, pero sospecho que prohibirá unas cosas, alterará unos productos con otros mediante unas reglas complejas y carentes de todo sentido, y obligará a sus seguidores a seguir un estricto comportamiento a la hora de saber cuantas calorías ingieren, que hidratos toman y cosas por el estilo. Vamos, como todas las demás, sólo que alterará el orden de los factores y, por lo que veo en su web, lo adorna de un contenido moderno, basado en el coaching, para darle un aire de representabilidad y que parezca algo serio. Lo siento mucho, pero cada vez que alguna compañera me empieza a contar que está a dieta me entra la risa floja, lo que hace que, unido a la irascibilidad que genera el someterse a la tortura impuesta por Dukan o quién sea, hace que muchas compañeras me miren con cara odiosa al decir estas cosas, como si fuera una especie de suflé de azúcar dispuesto a destruir los avances que han logrado bajando tallas. No, no entiendo las dietas, me parecen una tomadura de pelo, en algunos casos peligrosas para la salud y, en general algo insano y engañoso. Prometen hacer perder peso y que la figura de toda mujer logrará entrar en esa ansiada talla 38 que sólo está disponible para aquellas que han nacido con la pelvis estrecha. El resto no lo van a lograr (no falta que hace, pero eso es otra historia) y tras unos intentos sólo encontrarán un nuevo motivo de frustración que les generará tristeza, y seguramente una fe aún mayor en la siguiente dieta que les propongan (porque esa sí funciona, que sí!!!!) Entiendo que si alguien es diabético debe reducir su consumo de azúcares, y que si tienes 300 de colesterol debes dejar de comer algunas cosas, pero esto de las dietas adelgazantes es un timo. Usan la ansiedad por esa figura estilizada para engañar y forrarse a cuenta de mucha manipulación e ingenuidad. ¿Qué a veces funcionan? Desde luego si la que la practica se la cree y ansía adelgazar por encima de todo lo logrará, pero más como efecto somático que por la efectividad del tratamiento. Un análisis médico riguroso del efecto de las dietas en el peso, y aún más importante, en la salud de la paciente, puede arrojar conclusiones devastadoras de hasta que punto se pone en peligro el estado físico de la persona en busca de algo que, así, no se va a lograr.
Y es que la única dieta que funciona es gastar más energía de la que se ingiere. En función del ritmo metabólico de cada uno el flujo de ingreso y gasto será distinto y requerirá mayor o menor esfuerzo, pero no hay otra. Si estamos obesos se debe a que comemos cuanto y cuando nos da la gana, y cogemos el coche para todo, subimos en ascensores y escaleras mecánicas, trabajamos sentados y retozamos en el sofá. Si no quemamos lo que comemos, se acumulará, es obvio. Lo mejor es comer de todo y gastar más. Andar, correr, coger la bici, subir escaleras, sudar, sudar, sudar. Esa es la única dieta que funciona, pero exige esfuerzo y constancia. Lo otro es un autoengaño y, desde luego, un creciente negocio.
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