Este fin de semana ha hecho calor, mucho calor, como corresponde para finales de Junio. Son los días más largos del año y el sol pega con una fuerza enorme, lo más vertical posible. Uno trata de refugiarse como puede, encerrado en casa, metido en centros comerciales, vegetando y estando quieto para tratar de no sudar… hay muchas maneras de lograrlo, algunas más efectivas que otras, pero hoy en días eso es posible, al menos en el mundo en el que vivimos. En otras partes el calor es la menor de las preocupaciones.
Como en, por ejemplo, Afganistán. Ayer, bajo un sol inmisericorde que castigaba con fuerza unas montañas que no eran más que un erial, dos soldados españoles murieron al explotar bajo su vehículo blindado una carga explosiva. Un chico y una chica, de Gijón y Colombia, que vieron como sus vidas terminaban en el polvoriento Afganistán. Hace una semana tuvo lugar otro atentado similar, que en este caso afortunadamente sólo ocasionó heridos, pero ya se advirtió que la carga explosiva que se había puesto era más elevada de lo habitual. En esto los talibanes no son tontos. Antes reventaban los viejos BMR con una carga dada, pero al poner en servicio los nuevos blindados lince descubrieron que sus explosivos no podían con ello. ¿Solución? Más explosivo, y así hasta que sea necesario. Quizás el atentado de la semana pasada fuera un ensayo y el de ayer fue el de verdad. Lo cierto es que la carga era mucha y ya han comprobado que suficiente para causar víctimas. Así que la ventaja estratégica que hemos tenido durante unos meses contando con unos medios técnicos superiores se ha vuelto a esfumar. Nuestros soldados y los talibanes vuelven a estar nivelados. Es lo que tiene la guerra, que cada bando aprende del otro y usa lo aprendido para atacar nuevamente, y así en progresión. Creo que lo más importante del atentado de ayer, a parte de las dos víctimas, claro está, es la sensación de incongruencia que se produce ente los discursos oficiales sobre el papel de nuestras tropas en Afganistán y el mensaje, de la misma semana pasada, anunciando la retirada de allí. Ha dicho hace unos minutos Carme Chacón, la ministra de defensa, y ha dicho bien, que estos soldados han muerto por defender a los afganos y al resto del mundo de los terroristas. Y en efecto, así ha sido. Sin embargo esto no cuadra con la estrategia de retirada, casi huida, que los occidentales hemos empezado a orquestar bajo la batuta de EE.UU. En Afganistán el trabajo no está hecho, casi ni ha comenzado. El país sigue sumido en el caos absoluto, las fuerzas de seguridad del gobierno afgano son mero papel mojado y el proceso de traspaso de poder a dicho gobierno y ejército no es sino una formalidad para que se pueden sacar unas fotos y podamos huir de la manera más decorosa posible. Si dentro de año y medio o dos años las tropas han desaparecido de allí, y los talibanes vuelven a tomar el poder, ¿para qué habrá servido todo el esfuerzo y gasto de estos años? ¿Para qué las campañas de propaganda justificando una guerra, justificable, que ha dado estos frutos? ¿Para qué la muerte de los dos soldados de hoy, y de los heridos de ayer? ¿Y de los que fallezcan mañana? Los asesores de los políticos occidentales van a tener que fabrica un argumentario, así se llama ahora, que justifique la salida en base a las causas por las que desde hace diez años defendemos la permanencia. Incoherente, ¿verdad?
De momento hoy y mañana toca recoger los cadáveres del sargento Manuel Argudín Perrino, de 34 años, y la soldado Niyireth Pineda Marín, de 31, traerlos de vuelta, honrarlos y acompañar en el duelo a sus familias. Pero luego tendremos que reflexionar mucho sobre el fracaso de la misión y sus consecuencias. Dije en un artículo la semana pasada que la retirada anunciada por Obama es asumir la derrota de la guerra en Afganistán. Por lo que se ve los talibanes son los primeros que han entendido ese discurso, y de una manera mucho más clara de lo que los estrategas occidentales son capaces de asimilar.
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