Hablaba ayer de las energías renovables, y al solar es, junto a la eólica, la más importante. Sin embargo es mucho más difícil sacar el fruto del poder solar que del viento. Hay dos vías principales, una a través de las placas fotovoltaicas, que transforman la luz recibida en electricidad, y otra mediante centrales termosolares, en las que la luz y el calor solar, concentrados de alguna manera, calientan un fluido que mueve una turbina. Estas segundas me parecen las más prometedoras, pero hoy voy a hablar de las primeras, las placas que se ven por todas partes.
Y eso debido a que ayer, a la vuelta a casa del trabajo, a horas tardías, escuché a dos chicos en el vagón del metro, y uno de ellos le contaba al otro que, junto con el resto de la clase, habían estado de visita en un polígono de Madrid en una empresa que fabrica placas solares, y el chico le contaba entusiasmado como aquello le había parecido similar a la NASA, con un montón de investigadores y laboratorios de esos “llenos de cristales y todo limpio” en los que trabajaban sin cesar para aumentar el rendimiento de las placas de silicio. El otro amigo le preguntó qué era eso del rendimiento, y al explicarlo el entusiasta solar expuso, en pocos minutos, y con muestras de haber aprendido muy bien la lección, cual es el principal problema que tienen las placas. Y es que el rendimiento, que no es otra cosa que el porcentaje de la energía que recibe al placa del sol y que ésta es capaz de transformar en electricidad, se sitúa hoy en torno al 18%, lo que quiere decir que el 82% de la energía recibida por el sol se transforma en calor, alabando sin cesar a la segunda ley de la termodinámica. ¿Es ese rendimiento alto o bajo? Parece bajo, y en efecto lo es, pero este interesante artículo muestra que, en cierto modo, ni mucho menos es un comportamiento desastroso. Además no es menos cierto que en los últimos años se ha alcanzado ese porcentaje del 18% desde valores muy inferiores. La tecnología de las placas es muy compleja, y se basa en las propiedades cuánticas de los átomos de silicio y las redes que con ellos se pueden montar. Es un mundo complejo y apasionante que no deja de dar frutos, pero es evidente que cuesta mucho dinero de inversión, trabajo y tiempo, y los frutos tardan en obtenerse. Sin embargo el reloj corre a favor de estas nuevas tecnologías. En esta web se muestra un gráfico en el que se comparan los costes de la inversión nuclear y la solar a la hora de producir energía, y según la fuente se está llegando a un punto de equilibrio. Es cierto que en asuntos de costes todo es muy confuso, porque dudo que en el lado nuclear se cuente como costes el proceso de desmantelamiento de una central o la gestión de los residuos, y que en el lado solar se imputen las subvenciones públicas que se dan año tras año a la industria, y que han generado la burbuja de paneles (de bajo rendimiento) que llenan algunos campos españoles, cuyo único objetivo era cobrar la prima y dejar achatarrar el producto. Sin embargo creo que, como señalé ayer, el futuro va por ahí. Y en el caso de la solar las placas tendrán su nicho de mercado, pero más prometedora aún es la tecnología termosolar, que trata de buscar el producir electricidad de manera continua, haya sol o no, mediante la acumulación de calor por sales. Es un proceso aún muy novedoso y experimental, pero que puede dar sus frutos. Y es que el mejor panel solar del mundo rinde al 0% de noche.
Comentaba el chico excursionista de ayer que en la empresa les habían dicho que su mayor partida de gasto era la de I+D+i, con el objeto de mejorar todas las tecnologías del proceso de producción y del funcionamiento de las placas. Ese es el camino. Seguro que los chicos, que siguieron en la línea cuando yo me bajé en mi parada, se han quedado dentro con el gusanillo de cómo hacer que esas placas funcionen mejor, rindan más. Esa curiosidad por aprender, que es lo que mueve al investigador, y los recursos necesarios, públicos y, sobre todo, privados, es la única vía que tenemos para avanzar en el campo de la energía renovable, y en todos los demás retos que se nos plantean día a día. Ese es el camino.
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