Ya saben muchos de ustedes que uno de los asuntos que me apasionan en la vida es la carrera espacial. El espacio, los viajes, la exploración, la inmensidad, lo desconocido….. De pequeños casi todos hemos soñado con ser astronautas, subirnos a un cohete y llegar a las estrellas, o al menos acercarnos lo más posible a su brillo. La vida da muchas vueltas y esos sueños suelen quedarse en eso, sueños, pero a veces se aproximan mucho, e incluso pueden hacerse realidad, al menos en parte. Y es que ayer, por primera vez en mi vida vi, oí, aprendí y aplaudí a un astronauta.
Aprovechando su estancia en Madrid, la fundación Rafael del Pino invitó a dar una conferencia a Miguel “Michael” López Alegría, astronauta norteamericano de origen español, su padre es de Badajoz, y que ha viajado en numerosas misiones del transbordador espacial. Vi por casualidad que ayer era el evento, me emocioné, llamé para reservar y había plazas, así que allí me planté, expectante, como casi todos los que estábamos en el auditorio, por oír su relato y por ver cómo es un astronauta. Su conferencia versaba sobre la exploración del espacio en el medio siglo transcurrido desde el vuelo de Yuri Gagarin, aniversario sucedido este pasado 12 de Abril. Con algo de retraso llegó Miguel, acompañado por un representante de la fundación y de Amadeo Petitbó, otro miembro de la misma, que hizo la presentación del personaje. Economista como es el señor Petitbó, dejó claro su desconocimiento del mundo espacial, pero la pasión que le producía tener a Miguel allí para poder dar una charla y lo orgulloso que estaba de que alguien que ha salido de este mundo pudiera ahora hablarnos a los que ni somos capaces de imaginar qué es eso. Alegría, poseedor de un español bueno, aunque con un marcado acento, como no podía ser de otra manera, dio una conferencia apasionante de más de una hora en la que al principio fue la historia de las misiones espaciales el hilo conductor, pero que derivó en un relato personal de los viajes que él ha hecho, porque en su trayectoria ha pasado de ser ingeniero de vuelo de transbordador a piloto del mismo, de técnico de sistemas a paseante espacial, y de astronauta de dos semanas en la lanzadera a residente de la Estación Espacial Internacional durante seis meses. Su trayectoria ejemplifica los progresos alcanzados en estas dos últimas décadas en la exploración espacial, el haber convertido en rutina la proeza que supone estar seis horas fuera de la nave, trabajando en el espacio, como si nada, con la tierra y el infinito de fondo. Su carácter, reservado y modesto pero afable, dejaba intuir en todo momento lo orgulloso que estaba del trabajo que había hecho y lo privilegiado que era por haber llegado hasta allí, y al suerte de haber contado con un enorme equipo de profesionales que, en medio mundo, se dejan miles de horas de su vida para que todo pueda funcionar como es debido y los astronautas estén lo más seguros posibles allá arriba. No la puso porque es muy reciente, pero la NASA ha colgado esta semana una foto maravillosa, que aquí les enlazo, en la que se ve la Estación Espacial con el Endeavour acoplado, en un momento de la misión que ha finalizado hace unas pocas semanas. Este ha sido el “apartamento” en el que López Alegría ha estado trabajando y viviendo durante medio año, y el transbordador ha sido el “autobús” que le ha llevado de ida y vuelta desde la tierra hasta allí. Entre anécdotas y datos, Alegría relató una historia de sacrificios, dolores y éxitos que pocos en este mundo pueden contar. Con un hablar pausado, sin estridencias, se metió al público en el bolsillo y recibió un enorme aplauso al acabar su exposición.
Hubo un largo turno de preguntas, de cerca de veinte minutos, que fueron amenas e instructivas, y en las que todo el mundo expresó su absoluta admiración por los logros y el carácter de Miguel. En el auditorio había niños, algunas decenas, con familiares, que estaban absortos viendo las imágenes de despegues, órbitas y astronautas. Sus caras reflejaban el mismo sueño que tuve yo (y ustedes, seguro que sí) a su edad. Pero ellos son unos privilegiados, porque estaban viendo hacerse realidad ese sueño allí mismo. Ojala entre esos niños surja algún nuevo Miguel, que pueda llegar a las estrellas, nos lo cuente y nos emocione con su relato.
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