Si se fijan hace tiempo que no vemos ni leemos noticias sobre Afganistán. En este país sumido en el desastre económico, sito en una Europa ensimismada en el colapso de su modelo de crecimiento parece que todo lo exterior esté aún más lejos. Se necesitan decenas de cadáveres masacrados en Siria para que sean portada, y sólo se habla de Afganistán para comentar alguna de las tragedias que allí suceden día sí y día también. En este caso la tragedia es de tal proporción y tiene un origen tan particular que no le ha costado mucho encaramarse a lo más alto de las noticias.
Y es que lo sucedido este fin de semana en Kandahar merece la pena revisarlo con detalle. No está claro ni el cómo ni el porqué, ni si como dicen las autoridades norteamericanas fue obra de un solo hombre o si como señalan algunos testigos había más personas implicadas, pero en todo caso es cierto que un soldado norteamericano destacado en esa ciudad salió de su base bien armado y, sin dar explicación alguna, se introdujo en varias viviendas de afganos y los asesino a todos, hombres, mujeres y niños, sin mediar palabra ni reparar en edades ni en cualquier otro criterio. Todavía se discute si fueron dieciséis o diecisiete los asesinados, pero da igual el número, porque el grado de la masacre no la hará mejor o peor. Tras esta acción el soldado volvió a su base y se entrego. Duro, verdad? Hay otra versión de los hechos que circula por ahí, que la relaciona con una venganza por un ataque anteriormente sufrido por las tropas norteamericanas, y que se traduce en que la matanza no la haría un único soldado, sino un grupo de ellos, apoyados por material aéreo. En todo caso, el término masacre y el concepto de venganza estrían presentes en uno y otro escenario, y no restarían un ápice a la gravedad de lo sucedido. El soldado acusado por los americanos, detenido, tiene 38 años, y lleva cinco destinado a misiones en oriente medio, anteriormente en Irak, ahora en Afganistán. El ejército de Estados Unidos ha prometido que será juzgado con dureza, pero obviamente una cosas tan espantosa ha creado toda la indignación que uno pueda imaginarse en la población afgana, y no ha hecho más que reavivar un sentimiento de ira ante las tropas extranjeras que siguen en el país y que, poco a poco, pierden el control de un territorio que nunca llegaron a dominar del todo. Obama ha emitido un mensaje de condolencia y de disculpa ante lo sucedido, pero no se ha replanteado el calendario de salida del país, y ha elevado a máximo el grado de alerta de los destacamentos norteamericanos ante las más que previsibles venganzas de los talibanes, seguramente esta vez apoyados por parte de la población civil, que los usará como ariete para vengar a su vez a los asesinados, en una de esas malditas espirales que sólo conducen al más profundo de los infiernos. Por si quedaban algunas dudas sobre el balance de lo que hemos conseguido con diez años de guerra afgana, episodios como este demuestran que ni el país es más estable ni los talibanes son más débiles que hace unos años, entre otras cosas porque la torpeza de la actuación occidental ha contribuido mucho a su crecimiento. Leí hace tiempo, no se donde, que, en una guerra, cuando un militar mata a un militar del bando contrario elimina a un enemigo, pero cuando mata a un civil crea diez nuevos enemigos. Más allá del salvajismo y crueldad mostrados por el soldado autor de la masacre, acciones como estas son los mejores clavos posibles para que los talibanes acaben por remachar el ataúd en el que se ha convertido la misión en Afganistán, eso, o la quema de coranes, es justo lo que hay que hacer para fracasar. Se creía que habíamos aprendido de las imágenes de Abu Ghraib, la cárcel iraquí que llenó de vergüenza hace algunos años nuestras pantallas y permitió reclutar a cientos de terroristas, pero parece que estamos condenados a repetir nuestros errores una y otra vez.
Y en esta ocasión, ampliados, porque frente a las obscenas imágenes del penal iraquí lo que ha hecho este militar en Kandahar no tiene nombre. Su juicio, sea cuando sea, será muy interesante. ¿Qué podrá alegar ante su descargo? ¿El típico ataque de locura? ¿Una voz que le impelía a hacerlo? Su condena parece inevitable, y será dura, pero será una metáfora de lo que ha supuesto Afganistán para los americanos, y el resto de occidente. Una historia que empezó con la tragedia del 11S y que, desde entonces, no ha hecho más que dar tumbos hasta llegar a este deprimente final. Puede que la historia sea algo más benévola, pero a día de hoy mi juicio es que todo esto no es sino un inmenso fracaso.
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