No ha habido muchas sorpresas este fin de semana, ni noticias de relumbrón en ningún plano, y menos en Rusia, donde todo parece estar congelado, no sólo el clima. Ayer se celebraron las elecciones presidenciales y, qué sorpresa, venció Vladimir Putin con el 64% de los votos, lo que le evita una segunda vuelta y le proclama presidente del país desde hoy mismo. La oposición denuncia fraude y amaño en el recuento, y ha convocado manifestaciones para hoy en Moscú y otras ciudades, pero de momento el triunfo de Putin, y su audacia política, son incontestables.
Lo cierto es que el juego de manipulación que ha llevado a cabo el amigo Putin es de antología. Ya fue elegido presidente de Rusia en el año 2000 y reelegido en 2004. La Constitución le impedía volver a presentarse, por lo que se buscó un amigo, Mevdeved, que se presentase por el y le nombrara primer ministro. Durante esos cuatro años, los que han transcurrido entre 2008 y ayer mismo, Putin no ha perdido el tiempo, ya que a parte de manejar a Mevdeved a su antojo ha cambiado la constitución para permitir que se pueda volver a presentar y, tachán tachán, ampliar el mandato de la presidencia de cuatro a seis años, dejando eso sí el límite de los dos mandatos. Por lo tanto Putin no se presentará a las elecciones nuevamente hasta 2018, qué lejos queda eso, y de ser reelegido lo sería hasta 2024… Un cuarto de siglo en el poder, así, de golpe y por las buenas. No es de extrañar que ayer estuviera contento ante sus seguidores, porque el triunfo que ha obtenido respalda, en gran manera, toda esta táctica de usurpación del poder y le da una pátina democrática de la que carece desde casi cualquier punto de vista. Lo malo de esto no es sólo que Putin pervierta el sistema para crear una especie de dictablanda, sino que su permanencia omnímoda en el poder mantiene vivos los lazos clientelares que están transformando a Rusia de un estado oligárquico a uno mafioso. Los niveles de corrupción que se alcanzan en Rusia empiezan a ser escandalosos, tanto en la gestión y contratación pública como en el resto de ámbitos, y amparado en la explotación de sus inmensos y muy valiosos yacimientos energéticos, Rusia, o lo que es lo mismo, Putin y sus amigos, están haciendo inmensos negocios, abasteciendo de gas a media Europa y de petróleo a gran parte del mundo, a cambio de sustanciosas mordidas y cómplices silencios ante lo que sucede de puertas para adentro del país. Es este poderío económico lo que otorga a Rusia hoy en día su posición estratégica en el mundo, no tanto su pasado militar, aunque siga poseyendo inmensos y muy peligrosos arsenales. La infame posición que mantiene en defensa del dictador Sirio Basar al Asad es consentida por el resto de países ante el miedo de que una protesta ante Moscú se traduzca, simplificando las cosas, en que las calefacciones de Europa occidental no funcionen porque el gas no circule como es debido por “problemas técnicos”. En este sentido Putin ha sido muy listo, porque ha logrado dotarse de la palanca económica para ejercer el poder, y esa herramienta se ah demostrado mucho más útil y efectiva que la tradicional de poder militar. Los conglomerados rusos que gestionan los recursos del país son los nuevos tanques y submarinos del ejército de Putin. Unido a un discurso nacionalista de agravios al exterior, su campaña ha dispuesto de todos los recursos financieros imaginable y su control no parece tener límites.
Visto así, ¿Tiene problemas el nuevo gobierno de Putin? Sí. El principal es que el hartazgo de los rusos ante la decadencia lenta pero imparable de su país acabe manifestándose de una manera decidida en una revuelta contra el régimen. De ahí también el interés de Putin por sofocar revueltas allá donde se produzcan para que no cunda el ejemplo en casa. De momento, sin embargo, su férreo control de las palancas del poder y un barril de petróleo a 120 dólares le garantizan recursos, ingresos y eficacia a la hora de desarrollar sus políticas. Nos queda aún mucho Putin por delante.
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