Ayer Portugal fue la fuente de dos noticias muy interesantes. La primera, menor, es que tuvo lugar una huelga general, la segunda contra el actual gobierno, contra las medidas de reforma y recorte que se están implantando en el país, fruto de los acuerdos de rescate entre Portugal y la Troika (FMI, BCE y Comisión Europea). Convocada por uno de los dos sindicatos mayoritarios, el seguimiento fue dispar, muy alto en los transportes y menor en el comercio, y pese a que hubo algunos altercados, la huelga no ha sido noticia por la violencia sino más bien por el poco resultado que deparará la movilización ante los planes futuros.
La otra noticia, más significativa, es que tras un amplio debate, el gobierno portugués ha renunciado definitivamente a la línea de Alta Velocidad que le iba a conectar con Madrid. Ya desde Junio las obras que se encontraban en marcha estaban paradas, tanto por falta de liquidez como por las dudas que surgían en el conjunto del proyecto. Portugal se había comprometido a construir los 150 kilómetros de trayecto que iban desde Lisboa hasta la conexión con la frontera española a la altura de Badajoz. A partir de ahí era España la que seguía con el proyecto, en un recorrido bastante similar al de la actual A5. Dado que la línea ya no arribará a Lisboa es muy probable que el Ministerio de Fomento opte igualmente por suspender las obras de los tramos españoles que se encuentran en curso, porque no van a servir para casi nada aunque se concluyan. Una pena. A parte de las negativas consecuencias económicas que sobre la demanda supone la paralización de una obra de este tipo (empleo directo e indirecto, proveedores, industrias auxiliares, mecánica, ocio y restauración de las localidades en las que se trabaja, etc) y el beneficio que puede suponer en el proceso de reducir el déficit público mediante lo que no es sino un radical recorte de gastos, la consecuencia más visible es que las obras, en el estado en el que se encuentren, quedarán abandonadas durante un tiempo que, no lo duden, será mayor del que les anuncien los políticos o los medios. Taludes, muros, desmontes, plataformas, puentes y túneles quedarán varados en el camino, solos y silenciosos, como involuntarios monumentos de los años de esplendor que se truncaron quizás tan bruscamente como algún vano de obra que, suspendido en el aire, ya no tiene siguiente pilar en el que apoyarse. Es una imagen triste, que remite e a la desidia y el abandono, y que cada vez prolifera más a nuestro alrededor, no sólo en la obra pública, sino sobre todo en la privada. Seguro que muchos de ustedes conocen bloques de pisos que yacen igualmente abandonados, estructuras que se elevan en medio de la nada, que prometían ser espaciosas urbanizaciones “de lujo” (siempre se dice eso, sea como sea el resultado) y que ahora son un conjunto de esqueletos más o menos rematados, algunos con paredes, los más afortunados con ventanas, pero que son inaccesibles porque unas vallas herrumbrosas prohíben el paso a lo que debieran haber sido los portales y espacios comunes. Nuevamente la imagen remite a los años del boom, del exceso, del todo vale, del dinero fácil y la construcción desbocada. Aunque con el tiempo haya que derribar mucho de todo lo construido, creo que algunos de esos bloques abandonados debieran quedarse así para siempre, como monumento que nos recuerde eternamente lo estúpidos que fuimos en unos años en los que nos creíamos los dueños del mundo y, como en la película, acabamos en el fondo del mar.
Se debieran quitar las placas que lucen los bocetos de las urbanizaciones y las piscinas, y el lujo, muchas de ellas corroídas por el paso del tiempo y la ilusión, y también habría que retirar las vallas de publicidad de las obras públicas, que anunciaban “AVE hasta aquí” fuera donde fuese “aquí” y sustituirlas todas por otras que, en letras grandes pusiera “Hasta aquí llegó el presupuesto” o siendo más crueles “Hasta aquí llegó nuestra codicia”. Creo que cada ciudad podría crear su monumento a la burbuja, su esqueleto de hormigón, y con visitas guiadas a los niños, y darle un uso sincero y útil, como nunca llegará a tener dado en lo que se ha convertido.
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