Me gusta la política. Desde pequeño he seguido con pasión las noticias sobre ella, aquí y en todo el mundo, y no soy un experto en la materia pero es algo que me encanta. Quizás, como todo el mundo, mis primera aproximaciones a la misma fueron ilusionadas, llenas de ingenuidad y, en parte, creencia ante las promesas y el juego de los candidatos. Poco a poco uno se va volviendo incrédulo y sarcástico, no sólo con la política, pero sobre todo con ella, y empieza a buscar las razones por las que todavía le produce un gustillo especial. Es como la historia de una pareja, que se rompe y ya no se sabe muy bien cómo ni porqué empezó.
Así, los que sean incrédulos del todo, y opinen eso de que todos los políticos son iguales, verán sus opiniones reforzadas cuando vean la película de “los idus de Marzo”, los que tratamos de defender la labor de los candidatos y representantes públicos, y denunciamos la corrupción que se extiende por todos los ámbitos, saldremos de la sala con la cabeza gacha pensado que, en el fondo, quizás sí que sean todos iguales, pero tanto unos como otros habremos visto una muy buena película que habla de cosas tan eternas como la ambición, el poder, y las luchas que se originan por llegar hasta lo más alto. El título generó la semana pasada un buen montón de anécdotas en mi trabajo, porque yo era de los pocos que sabía a que se refería esa expresión romana, pero está perfectamente puesto, porque si bien en la película el aspirante a César no es asesinado físicamente sí lo es su discurso, su imagen y su integridad. Clooney, que representa a uno de los dos aspirantes demócratas en unas reñidas primarias de Ohio, encarna los valores de la América triunfante, liberal, respetuosa con los demás, innovadora, ambientalista, que lucha por el progreso de su país por encima de todo pero con inteligencia y coraje. Es el presidente perfecto, el candidato ideal, la imagen que todos soñaríamos para poder votar, el Obama blanco. Está asesorado por varios expertos, uno de los cuales, encarnado por Ryan Gosling (muy adecuado el adjetivo de “emergente” que le dedica la web) es listo, brillante, volcado en su trabajo, e idealista, sobre todo idealista. Está con el candidato en el que cree, se desvive por él, lo da todo, en cuerpo y mente, para su campaña, porque es el principal seguidor de su jefe. La película narra cómo ese idealismo acabará sucumbiendo a la realidad y, en ese aspecto, es muy amarga. Sospecha uno desde un principio que la situación que plantea el filme tiene que derivar hacia algo más sórdido, porque es todo demasiado limpio. Hay dos personajes muy importantes, encarnados por Paul Giamatti y Philip Seymour Hoffman, que encarnan a los jefes de campaña de los candidatos, que representan desde el inicio el juego sucio, la marrullería, las ganas de hacer todo lo que sea para ganar, y pudiera parecer que es ahí donde se encuentra la brecha a través de la que se cuela el mal, pero no, sería demasiado sencilla. El mal es retorcido, y aparece donde menos se le espera (o más) y donde más daño puede hacer. A medida que avanza la trama vemos como el personaje interpretado por Gosling se va hundiendo poco a poco en una ciena en la que jamás quiso involucrarse, ni siquiera creer, a la que es empujado por muchos de los que le rodean y a él se enfrentan, y de la que no sabe como salir. Al final ninguno de los personajes es lo que era al principio, todos han cambiado, y como supondrán, no lo han hecho para bien.
Los que hayan visto esa gran serie que es “El Ala Oeste de la Casa Blanca” se sentirán como reencontrándose con un episodio perdido, en el que faltan Josh, Toby, CJ Creg y toda la tropa de asesores de Barlett, pero que vuelve a mostrar esos diálogos duros, incisivos, veloces, llenos de contenido, fuerza y drama, que ponen a los personajes ante dilemas en los que deben escoger entre la traición a sus principios o el logro de los objetivos por los que tanto ha luchado. Y en política, como en otras tantas facetas de la vida, la mayoría escogen la traición. Hace dos mil años sobre las losas del foro romano, hoy en día en la plaza pública que es la red global de medios de comunicación e Internet. Cambia el mango, pero no el puñal. Véanla.
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