A esta hora de la mañana sigue el cerco a la casa de Toulouse en la que, desde hace ya un día, se encuentra atrincherado el presunto autor de las matanzas que han sembrado el pánico en Francia durante las últimas semanas. Fue la IP, dirección lógica, del ordenador que uso para comprar por Internet la moto, y que provocó la muerte de la primera víctima, el vendedor, la calve que llevó a los analistas a dar con la figura de Mohamed Merah, francés, de origen argelino, de apenas 26 años, poseedor a su corta edad de un historial de fanatismo y violencia digno de estudio y que ha dejado a todo el mundo con el miedo en el cuerpo.
Y lo primero que hay que hacer es pedir disculpas, porque los analistas, y los que no lo somos, nos subimos en los días pasados a todo correr al carro de la responsabilidad de la extrema derecha xenófoba, y al final ha vuelto a ser el islamismo, que pensábamos dormido, el causante de tanto horror. Lo del extremista era verosímil, pero al final no ha sido cierto. Aquí nos ha jugado una mala pasada, otra vez, el caso noruego del verano pasado, que ha resultado ser, en su causa y resolución, el simétrico del que ahora estamos viviendo. En aquel momento, ante el terror del atentado que se estaba produciendo, todos corrimos hacia la pista islamista, la más obvia, e incluso alguna web yihadista llegó a reivindicarlo. Cuando conocimos la personalidad, origen e ideología del autor de aquella atrocidad nos revolvimos todos en nuestra ignorancia. No, el islamismo no había sido, era todo fruto de la xenofobia y del neonazismo revivido en un joven noruego de esos que parecen nacidos para ser bellos y felices eternamente. Muchos analistas, que ya estaban buscando vínculos entre la actuación de Noruega en Irak y Afganistán para relacionarlo con el atentado tuvieron que tirar sus estudios a la basura, y todos nos sumimos en la sensación de que un nuevo peligro había surgido y que el islamismo estaba en retirada. De ahí que ante los atentados franceses la pista xenófoba fuera la prioritaria, un nuevo “noruego” actuando esta vez en Francia. Sin embargo ayer, a medida que se iba conociendo el perfil del asesino, parecía que retrocedíamos unos años en el pasado, y lugares como Kandahar o conceptos como el del talibán o la Yihad volvían a reclamar su hueco en nuestras mentes tras un cierto tiempo de abandono. La trayectoria de Merah es tan clásica en el camino de los fundamentalistas islámicos como al de los que participaron en los atentados de Madrid en 2004 o Nueva York en 2001 o, sobre todo, Londres en 2005. Residente legal en el país porque es francés de pura cepa, de segunda o tercera generación de descendientes argelinos, musulmán tibio que acaba cayendo en redes de fanatismo, bien por su baja condición social o por problemas económicos, o porque se aburría, vaya usted a saber, y acaba haciendo una especie de viaje de estudios a Afganistán, donde pasa la barrera de la ideología y llega a delinquir, siendo detenido y encarcelado durante un tiempo. Vuelve a Francia, como sospechoso, pero se convierte en un ciudadano gris y perdido, que no da motivo alguno de sospecha y que, como suele ser habitual, es descrito por sus vecinos como educado y cordial. Merah se sumerge en las sombras hasta que un día decide acabar con el mundo. Y ahí empieza su carrera hacia la nada.
¿Por qué? ¿Aterrizo de vuelta a Francia convertido ya en un yihadista profesional y adoptó el papel de durmiente? ¿O ha sido durante sus últimos años de residencia en Toulouse cuando se ha radicalizado? ¿Ha estado sólo en ese proceso de radicalización? ¿Quién le ha guiado y convencido hasta hacer lo que ha hecho y sentirse tan orgulloso? ¿Por qué Merah, en un momento dado, decidió tirar su vida a la basura y destruir todo a su alrededor? Demasiadas preguntas, y muy pocas certezas en torno a la casa que sigue cercada. Quizás, como en otros casos similares, sobreviva o no el terrorista a su captura, nunca sabremos cómo hemos llegado hasta ahí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario