jueves, abril 18, 2013

Ataque de nervios en EEUU


Ayer los acontecimientos en EEUU fueron de todo tipo menos tranquilizadores. A lo largo del día se supo de la existencia de cartas envenenadas con ricina, tóxico mortal en caso de que logre penetrar en el cuerpo, remitidas a congresista y al propio presidente Obama. En el escenario del atentado del Lunes, Boston, los rumores, desmentidos y versiones variadas se sucedían, habiendo un detenido durante gran parre de la jornada y resultando que no era así unas horas después, y ahora las cadenas informan de una explosión en una planta de fertilizantes en Tejas que ha podido dejar muchos muertos. Nervios, nervios y más nervios.

Una de las consecuencias más profundas de los atentados del 11S en la sociedad americana, y que menos se ha entendido desde fuera, es la rotura del mito de la inviolabilidad del país, de que las cosas malas, los actos perversos, suceden fuera, allende los mares, pero en casa, en los EEUU, no hay motivo de temor ni peligro. Parte de este velo se rasgó al explotar la bomba que Timothy Mcveigh hizo estallar contra un edificio federal de Oklahoma en 1995, pero aquella matanza se vio como el acto irracional de un psicópata aislado, no como un problema interno del país. Aislado del mundo por dos grandes océanos, dotado de la inmensidad de una naturaleza desatada y de un poderío económico como no lo ha habido otro a lo largo de la historia, el estadounidense medio sigue creyendo a pie juntillas el mito creador de su nación, fundada por aquellos que huyeron de una Europa sumida en las guerras y las persecuciones religiosas. La creación de los EEUU corresponde a un ideal, no a un devenir histórico, y es de los escasos, muy escasos ejemplos de ello. Otra gran nación fundada bajo preceptos ideológicos fue, en el caso del siglo XX, la URSS, pero su desmoronamiento, por causas económicas, políticas y, también, ideológica, dejó solos a los EEUU en la gestión del poder y en la consecución de los ideales. Frente a los europeos, que a lo largo de su vida han conocido guerras sin fin, a excepción de este milagroso paréntesis en el que nos encontramos desde 1945, los norteamericanos no han disputado ninguna batalla sobre su suelo desde la guerra civil del siglo XIX; que ahora muchos asocian a “Lo que el viento se llevó” llegando a ver el incendio de Atlanta no como un acto de guerra sino como un decorado romántico. Los americanos que han muerto en combate desde hace siglo y medio lo han hecho siempre fuera de sus fronteras, en terceros países, lejanos o muy lejanos, en medio de lugares que identifican con violencia, caos y desorden, frente a la idílica vida del hogar. Movidos por ese ideal de extender el modelo norteamericano por el mundo y por el ejercicio del poder imperial, EEUU se ha visto continuamente involucrado en guerras muy variadas, tanto en dimensión, objetivo y resultado, que van desde las guerras mundiales hasta la última (de momento) la de Irak y Afganistán. Lo más importante que quiero resaltar es que la sensación de seguridad que los norteamericanos tienen al regresar a su país es tan grande como la de inseguridad que les embarga cuando lo abandonan. En su ciudad, en su estado, nunca va a haber un ataque de una población contra otra, o un campo de concentración, o un dictador que arrase el territorio y esclavice a la población. Esa sensación les embarga, hasta el punto de hacerles olvidar los graves problemas que afligen a su sociedad, comunes o diferentes a los de otros países, pero que allí se expresan a veces con una dimensión acorde a la de ese gigantesco país. Obviamente la arcadia soñada por los padres fundadores no se ha logrado y, pese a su poder y desarrollo, EEUU sigue teniendo un reverso tenebroso que lastra gran parte de su encanto, pero al menos, como dirían allí, es un problema interno, y ya lo arreglaremos entre nosotros.

Con el derrumbe de las torres gemelas esa sensación de seguridad en el hogar se hizo polvo, y el foso que se abrió en Manhattan simbolizaba perfectamente el agujero de incredulidad, de miedo y de incomprensión que había instalado en el corazón de cada norteamericano. Su habitual optimismo se vio duramente golpeado, ya no podrían decir que nunca pasarían cosas así en su territorio, en su nación. Años sin atentados han amortiguado esa desazón, pero sigue anidada en el fondo del ciudadano medio, y hechos como los sucedidos en Boston logran que aflore con más fuerza. EEUU vencerá al terrorismo, venga de donde venga, sea exterior o producto de radicales internos, pero algo ya no será igual en su psique social, algo se ha roto en ese sueño, haciendo en parte despertar a la realidad a la población.

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