Llueve con fuerza en una
desapacible mañana invernal en Madrid. Las nubes cubren todo el cielo y, pese a
encontrarnos a las puertas de Mayo, el tiempo ha regresado a Febrero, tanto por
sus temperaturas como por su inclemencia. Hubo unos pocos días de primavera que
animaron a la gente a salir a la calle con ropas cortas y sandalias, pero el
espejismo, que de eso se trataba, duró poco, y este fin de semana y los días
venideros nos esperan jornadas grises y oscuras, húmedas, frías y de inequívoco
sabor invernal. Definitivamente el tiempo no acaba de ponerse bueno en 2013,
pese a las bondades que suponen estas lluvias.
Algo parecido a esto del tiempo
es lo que le pasa a Rajoy con la economía. Ve un dato aislado que mejora, una
brizna de euros asomando por alguna esquina dispuestos a ser recogidos y
empieza a lanzar un discurso de optimismo y victoria, anunciando que ya estamos
en el final de la crisis, que ya vemos el verano. Y entonces aparece, como
negra nube de tormenta, un nuevo dato macro que supone un mazazo para ese brote
que asomaba en la estepa, esa ramita en la que Rajoy ya veía una flor, y que
tras la acción de la nube oscura se ha convertido en un matojo arrancado de
raíz que yace inerme en el suelo. La EPA de la semana pasada ha sido la nueva
entrada de viento invernal procedente del polo de la crisis que ha vuelto a
poner a todo el mundo ante la cruda realidad que nos toca llevar, a la que día
sí y día también tratamos de negar desde el discurso oficialista, ahora
encarnado por el PP, antes por el PSOE, y sus cortes de aduladores. Pero la
realidad es tozuda, y no se cambia con varitas mágicas ni promesas ensoñadoras.
Quizás creyó Rajoy que la bajada de la prima a unos sangrantes 300 puntos era
un alivio que mostraba el final de la agonía, pero se equivoca. Puede que el
buen dato de balanza comercial que registra el sector exterior le diera alas
para pensar que ahí está la luz que nos llevará a la redención, pero, aunque es
lo mejor de todo, yerra en su deseo. No, salir de esto va a ser una agonía de
muchos muchos años, en los que los agentes, públicos y privados, tienen que
deshacerse de toda la deuda contraída, desapalancarse, y será un camino lento y
tortuoso hasta poder reconstruir los balances de las empresas, familias y gobierno.
En esta legislatura no concluirá este proceso, y eso, que la legislatura está
perdida en materia económica, es lo que vino a reconocer el gobierno en la
rueda de prensa del Consejo de Ministros del pasado viernes, donde no arrojó la
toalla del todo, pero sí se mostró como un boxeador sonado, arrinconado en lo
profundo del ring, y sin saber muy bien ni qué hacer ni por donde salir. Sabe
Rajoy que si esto es así, su futuro está condenado, no podrá ganar las
elecciones ni repetir en el cargo, y lo que le queda de mandato será una
constante tortura, camino a una derrota en la que no está claro quién será el
ganador. Y eso, tristemente, parece ser lo que más le preocupa, su futuro
político y el de los suyos, y no el del país. En eso Rajoy es como tantos otros
políticos, personas que ven sus cargos como plataformas de crecimiento
personal, lugares donde poder dar rienda suelta a su ego, poder y capacidad de
control, pero no sitios en los que trabajar por el bien de la comunidad, en los
que sacrificarse por la sociedad que lee ha escogido. Ha bastado año y medio
para que Rajoy se muestre como otro político cualquiera, con sus
características propias, algunas de ellas imposibles de comprender para el común
de los mortales, como su ocultismo y aversión a la comparecencia pública, pero
igual que los demás en su corteza de vista, cortoplacismo y tactismo, ajeno a
la Política con mayúsculas, el sacrificio y la determinación para acabar con la
crisis, a costa de su carrera y prestigio. Una pena por su figura, pero mucha
más pena por el conjunto del país.
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