El atentado de Boston ha hecho
que toda la actualidad quede relegada a un segundo plano, y eso ha impedido que
tenga la relevancia debida la visita que hizo Rajoy el Lunes al Vaticano para
verse con el Papa Francisco, y las consecuencias de la misma, muy interesantes,
que vuelven a evidenciar las tirantes relaciones entre la iglesia y el estado,
y de paso señala cuáles son los poderes ascendentes y en declive dentro de la
institución católica, que atraviesa por un momento convulso, expectante y lleno
de incertidumbres. Las señales de todo esto se han producido en esta ocasión de
cara al público, lo que también es algo extraño y novedoso.
Rajoy
acude a Roma a ver a Francisco a escaso un mes de su coronación como Papa,
pero no se ha reunido con Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal
Española, desde que ha accedido a la presidencia del gobierno, en Diciembre de
2011. Año y medio sin hablar con la jerarquía católica del país y un mes para
ir a Roma a ver al Papa, estas cosas no suelen ser casuales. El contenido del
encuentro papal no ha trascendido, pero se ha dicho que se habló de asuntos
mundanos (fútbol, etc) y en lo religioso el Papa Francisco incidió mucho en la
necesidad de la justicia y equidad a la hora de aplicar los recortes que lleva
a cabo el gobierno. Y lo noticioso es que, casi a la vez que se producía ese
encuentro, tenía lugar en Madrid la reunión del plenario de la Conferencia Episcopal,
que fue aprovechada
por Rouco para hacer una rueda de prensa en la que elevó altas y claras las
peticiones de la iglesia en sus materias “clásicas” (aborto, matrimonio
homosexual y educación) tratando de hacerse oír en medio del tumulto diario
y, quién lo hubiera dicho, restando protagonismo al encuentro papal en Roma.
Esta es otra de esas cosas que no suceden por casualidad. ¿Qué indica todo
esto? En mi opinión existe una lucha larvada en el seno de la iglesia entre dos
facciones muy distintas, no tanto en sus principios teológicos como en la
aplicación de los mismos a la moralidad. Por un lado están los estrictos, de
los que Rouco sería su líder político (que no religioso), que agrupan a
movimientos modernos y muy activos, como los neocatecumenales, legioanrios de
Cristo, etc, que suponen la visión más estricta de la moral católica y tratan
de que el gobierno altere las leyes ya aprobadas para adaptarlas a su visión de
la sociedad. Durante los últimos años éste ha sido el sector que ha dominado
ampliamente la jerarquía y ha determinado el mensaje que de allí emanaba. En
frente se encuentra una maraña desorganizada, debilitada por su escasa unidad,
mayoritariamente formada por curas de base, de parroquias pequeñas, de algunas
órdenes religiosas clásicas como jesuitas o franciscanos, menos interesados en
las leyes que aprueban los gobiernos y más en la labor pastoral, diocesana y
diaria de una iglesia que ven cómo, poco a poco, pierde relevancia entre la
población. El nombramiento de Papa Francisco puede suponer un giro sorprendente
en esta larvada pugna, porque es evidente que el mensaje de apoyo total que
llegaba de Roma a los partidarios del sector actualmente dominante se va a ver
muy debilitado, y los primeros gestos y decisiones de Francisco indican que
apoyaría con más ímpetu a esa iglesia de calle frente a la que actualmente
ejerce el poder. Si a ello sumamos que Rouco, por edad y desgaste, afronta sus
último mandato al frente de la iglesia española, uno puede suponer que el
mensaje que lanzó el Cardenal este pasado Lunes era un aviso a navegantes, una
forma de decir “aquí seguimos” tratando de marcar el territorio y mostrando a
los suyos y a lso de enfrente que la batalla sigue, y que los que actualmente
rigen los destinos de la iglesia en España no van a dejar el poder tan
fácilmente. El relevo de Rouco, que creo que termina su mandato en 2014, será
sin duda el escenario de una encarnizada lucha, que será revestida de debate
interno para amortiguarla de cara a la galería, y que decantará quién controla
el rumbo de la iglesia española.
¿Y el gobierno? En medio de esta
batalla su posición debiera ser muy cómoda, dado que la prioridad es la
economía y todo lo demás, todo, es secundario. Sin embargo los errores de
comunicación que comete el ejecutivo son tan graves que la secuencia de
acontecimientos en los que las declaraciones de Rouco se ven seguidas de unas
palabras de Gallardón sobre la modificación de la Ley del aborto hace
inevitable pensar en la posible influencia del primero en el segundo. Mi
vaticinio es que el gobierno maquillará el aborto para contentar a unos y
otros, y no lo logrará en ningún caso, y no alterará ninguna de las restantes
normas a las que Rouco hizo alusión. Lo importante de esto es la batalla de la
iglesia, en la que el gobierno debiera estar como mero espectador, a la espera
de resultados claros.
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