Tengo varios amigos que corren.
Salen por la tarde, en sus ratos libres, cuando pueden, se enfundan unas
zapatillas y, solos o en compañía de otros, corren hacia el destino que se han
marcado, dan la vuelta programada, y entrenan por placer, por divertirse o por
lograr batir una marca o un reto personal. Algunos de ellos, especialmente
compañeros de trabajo, acuden a lo largo del año a carreras de diez kilómetros
o medias maratones, que suelen ser los puntos fuertes de su pasión. Conozco a
más de uno que ha corrido alguna vez una maratón y en sus mentes suelen acudir
habitualmente tres ciudades como objeto de deseo: Berlín, Nueva York y Boston.
Quizás sea a ellos a los que hoy
deba preguntar, antes que a ningún otro, por cómo sienten en su interior lo que
ha sucedido en Boston, cómo anoche vivieron la cascada de noticias que,
inicialmente confusas, luego ya más detalladas, relataban
el atentado con varias bombas que tuvo lugar en la meta de la maratón de esa
ciudad norteamericana, y que al estallar sembraron el caos en toda la urbe,
la histeria entre la población que aún llenaba las calles, pese a que hacía dos
horas que habían entrado los ganadores de la carrera, y que sumió nuevamente a
EEUU en la pesadilla de un atentado terrorista, que no se repetía desde el
maldito 11S de hace once años y medio. A esta hora, amanecer en Europa, noche
cerrada en la costa Este, sigue reinando la confusión sobre lo que ha sucedido
exactamente, sobre los explosivo sutilizados, cuántas bombas han sido
finalmente las que han explotado y cuántas las que han sido encontradas y
desactivadas, y desde luego no se tiene pista alguna, que yo conozca, sobre los
autores del atentado y sus motivaciones, pero desde luego si el malnacido que
ha planificado esto buscaba causar conmoción, pavor y atención mediática a
buena fe que lo ha conseguido. Ayer era un día festivo en la ciudad, el llamado
Patriot Day, motivo por el que se corría la maratón y el número de personas y
el ambiente callejero era el máximo imaginable en esa ciudad. Golpear en ese
preciso momento es una muestra de saña, de estudiado ejercicio en la búsqueda
del máximo impacto emocional y, a ser posible, humano. Las cifras de víctimas,
tres fallecidos y más de un centenar de heridos, aún son provisionales porque
varios de los ingresados en los hospitales están en estado crítico, muchos de
ellos con miembros amputados, dejando según algunos testimonios imágenes de
horror difíciles de soportar (algunas fotos corrían ayer por la web que no
reenvié ni voy a enlazárselas). Pero además de la urgencia de las víctimas,
EEUU vuelve a revivir la pesadilla del terror, la sensación de vulnerabilidad,
la presencia del mal en su interior. Sean islamistas, radicales internos,
racistas o cualquiera de los grupos que usted pueda imaginar, todos ellos
descerebrados y viles, hoy EEUU se va a levantar herido, resacoso, tras una
noche de pesadilla en la que han revivido fantasmas que creía olvidados, o al menos
guardados a buen recaudo. Víctimas del 11S que desarrollan su día a día hoy se
levantarán con una angustia que les será muy familiar, y que irá creciendo a
medida que vean las imágenes del atentado de Boston, y les hará revivir el
fuego de su tragedia personal. Policías, bomberos y cuerpos de seguridad
locales de todo el país revivirán el infierno de hace once años con la crudeza
de las imágenes de hoy, y se sentirán tan voluntariosos e impotentes como
entonces. Cada vida salvada será un acicate y premio a su esfuerzo, pero cada
vida perdida o mutilada será un duro golpe a su moral. Militares, investigadores,
espías y fuerzas de seguridad se sentirán nuevamente frustrados y engañados,
porque otra vez se ha producido un atentado sin que hayan podido evitarlo, y
los logros de detenciones pasadas, de frustrados ataques que no tuvieron lugar
gracias a su entrega y sacrificio pasarán al olvido ante la sensación de
fracaso que ahora les embarga. La vieja pesadilla vuelve.
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