En estas últimas semanas se está
hablando mucho en la red y, poco a poco fuera de ella, del Bitcoin, de la
burbuja que está sufriendo, de si esto es un síntoma de descomposición de la
economía real y de si esa moneda, que es lo que es un Bitcoin, puede representar
valor real y hacer la competencia a las monedas tradicionales. Es un asunto
complejo y algo “friky”, empezando porque el Bitcoin es una moneda virtual
fruto de un programa informático que define cuál es su existencia su tasa de
crecimiento y el, en teoría, máximo número de unidades que pueden llegar a
existir.
La idea básica parece un juego.
Hace algunos años un grupo de informáticos definió el Bitcoin como una unidad
de valor en internet, que pudiera ser intercambiado entre desarrolladores y expertos
de la red, a la manera que son utilizados los billetes de monopoly o las fichas
de un casino. Para definirlos se usó un criterio matemático, definiendo el
bitcoin como una secuencia de caracteres alfanuméricos de 64 bits de tamaño,
definidos previamente por el programa generador de Bitcoins, que debían ser
encontrados en las bases de datos que existen en la red. Para ello se usan
programas informáticos que rastrean las webs buscando secuencias de esa
dimensión y de la combinación dada. Encontrar Bitcoins se parece bastante a
buscar oro en una mina, hay que cribar muchos datos para quedarse con una
pepita. Esto, unido a que el programa generador de Bitcoins define cuántos se
crean a lo largo del tiempo, determina que el número de monedas que existe en la
red es limitado, y su crecimiento (ojo a este detalle, muy importante) no viene
determinado por ninguna institución, organismo o persona, sino por el algoritmo
que define lo que es un Bitcoin. Extraño, ¿verdad? ¿Y cómo consigue uno Bitcoins?
Pues de dos maneras, buscándolos informáticamente, con el proceso de minería de
datos que antes he mencionado o comprándoselos a quien ya los tenga, usando
para ello dinero real. En principio el Bitcoin se usaba por desarrolladores,
empresas de servicios web y expertos informáticos como medio de intercambio de
favores y compra de bienes y servicios web, y tenía una cotización con el dólar
real de escasos centavos de billete verde por una moneda web. Sin embargo, de
un tiempo a esta parte, el interés por esta moneda se ha disparado, a la par que
lo hacía su cotización. Ésta, la contraparte en dólares del Bitcoin, ha subido
como la espuma y a día de hoy alcanza el grandioso
valor de 233 dólares por cada una de estas virtuales monedas. Impactante.
Se ha iniciado una fiebre de Bitcoin, con búsquedas masivas de esa moneda y
ofertas de compra que han hecho a muchos pensar que nos encontramos ante una
clásica burbuja, en este caso centrada en un bien mucho más extraño que unos
tulipanes o que los pisos. ¿Es esto cierto? ¿hay burbuja? El debate en la red
es intenso. Expertos como Sala y Martí opinan que sí
lo es mientras que otros como Juan
Ramón Rallo creen que no, pero mientras la discusión crece el valor del
Bitcoin no deja de aumentar, y algunos hablan de hasta qué punto esta moneda
puede ser competencia real del dólar o del resto de monedas que tenemos en la
vida real. Esto creo que no va a llegar a suceder, sobre todo porque el hecho
de que sea una moneda “autogenerada” sin que intervenga un banco central por
detrás y que no se pueda, por tanto, expandir ni regular a discreción la hace
muy interesante como fenómeno pero muy poco útil de cara al control al que
acostumbran los políticos y las instituciones. Algo que no puede ser controlado
y alterado, ni por tanto usado en beneficio propio, no interesa. Además, el que
al generación de Bitcoins sea tan automatizada (tiene definido hasta un límite
máximo de cuántos pueden llegar a existir) favorece un uso especulativo de los
mismos y al formación de burbujas, como la que muy probablemente estamos
viviendo.
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