Desde que el miércoles
al mediodía se supo que el Juez castro había imputado a la Infanta Cristina por
el caso Noós todos los demás asuntos de la actualidad han sido retirados al
fondo del desván, al menos en España, lo que demuestra que el ombliguismo
siempre está a flor de piel. Decenas de páginas de periódicos, tertulias
monográficas en televisión, entrevistas por doquier… a este paso Luís Bárcenas
se va a querellar contra la infanta por robo de protagonismo mediático y
usurpación de portadas, con lo contento que estaba el contando las pocas que le
faltan para batir récords.
Y lo cierto es que sobre este
asunto tampoco es que tenga mucho que decir, porque alabar o criticar la
decisión de un juez es tan útil como quejarse del tiempo que hace, porque es
algo que viene dado. Lo que me asombra de los discursos que oigo es cómo los
argumentos tienden a darse la vuelta a medida que los hechos se suceden. Antes
de esta imputación había una casi unanimidad a la hora de alabar el trabajo que
estaba haciendo el juez. Pasado el miércoles ya tenemos tertulianos que le critican
por la forma en la que está instruyendo el sumario mientras que otros lo elevan
a los altares de la imparcialidad, por lo que, comparando con lo que quienes
así ahora se expresan decían en el pasado (hace cinco días no más) deduzco que
sus opiniones ni eran ni son relevantes. Otro interesante asunto es que, en la
coyuntura de crisis en la que nos encontramos, el deseo de carnaza no tiene
límites, y cada paso que se da es jaleado por muchos pero observado con
sospecha por mucho otros, que ven en él una medida de cómo no somos iguales
ante la ley y que todo consiste en un engaño. Antes de la imputación el coro
crítico decía que no había un par para imputarla, pero tras ese hecho judicial
el coro redobla su apuesta y dice que no habrá un par para sentarla en el
banquillo, y argumentan, para ganar siempre, que si se le desimputa todo esto
habrá sido una cortina de humo y que si se le juzga no habrá un par para
condenarla, y así peldaño tras peldaño hasta el cadalso, donde algunos
considerarían una deferencia injusta que fuera decapitada con un hacha afilada,
debiendo someterse a una roñada como la que tiene en su casa el más humilde de los
aparceros. Utilizar a la infanta como muestra de que los españoles no somos
iguales ante la ley es un camino muy fácil y bien visto por la plebe, y por
tanto se hará, pero es falso y populista. Es cierto que no somos iguales, sí,
pero en donde se fija ese doble rasero es a la hora de cómo actúa la justicia
con los que poseen poder efectivo, de verdad, real con r minúscula, no con R de
Rey. Vean cómo evoluciona el caso de la condena de Alfredo Sáez, consejero
delegado del Banco Santander y mano derecha de Botín, para notar que la
justicia no es, en efecto, igual para todos, o cómo los juzgados, tribunales y
medios tratan con indulgencia a estrellas del deporte como los futbolistas,
absolviéndoles de todos los delitos que cometen día tras día, o como en
multitud de programas televisivos vemos a personajes basura, que exaltan la
drogadicción, la infamia y la desvergüenza, sin que nadie les condene por ello,
mientras son aplaudidos por millones de personas que les siguen fielmente, y
asaltarían el juzgado que osara amenazarles con condena alguna… Sí, la justicia
no es igual para todos, pero Cristina no es el ejemplo perfecto para esa
denuncia, sólo es un blanco ideal para descargar la ira contenida de una
sociedad que ve como la podredumbre que en ella anida ha colonizado todos los
estratos, y necesita estatuas que derrumbar, mitos que deben ser sacrificados
en el altar de regeneración, quemados en una hoguera de San juan purificadora,
que sea aplaudida con gozo por todo el respetable.
Mi opinión fría y relajada es que
el futuro de Cristina depende de lo que diga el juez y la fiscalía. Sospecho que
su principal delito es haberse casado con el presunto delincuente que es
Urdangarín y haber metido a semejante pillo hasta la cocina de la institución
monárquica, cosa que no se perdonará a sí misma nunca jamás. No me importa si
es juzgada o no, condenada o no, me interesa saber a quiénes compraron
Urdangarín y Torres con dinero público, cuánto defraudaron y qué cara y
argumentos van a poner para no devolverlo. El resto es ruido, mucho ruido,
peligroso hasta cierto punto, pero ruido en definitiva.
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