viernes, abril 12, 2013

El incendio de Bermeo


Noches duras las de estos últimos días en Bermeo, localidad de la costa vizcaína en la que el miércoles de madrugada se desató un incendio, al parecer por un cortocircuito en una casa abandonada, que pasó de susto a desastre a medida que las llamas iban saltando de edificio en edificio, hasta reducir a escombros cuatro bloques del Casco Viejo, provocar el desalojo de cientos de vecinos y dejar a unos setenta de ellos sin vivienda. Aún hoy los bomberos trabajarán para apagar todos los rescoldos e iniciar las labores de desescombro de unos bloques en los que los recuerdos y pertenencias personales se han convertido no ya en ruina, sino simplemente en nada.

Viendo escenas como estas uno puede llegarse a imaginar lo que suponían los incendios en épocas pasadas, en los que las tecnologías y medios distaban mucho de los actuales, y la propagación del fuego se acababa a veces donde se acababan las casas que podían arder. Si uno pasea por el centro de Madrid podrá ver muchos edificios de pisos de siglos pretéritos en los que aún luce la placa de “asegurado por incendio” o similar, símbolo de que ese edificio pagaba al seguro, invento moderno, que era quién acudía a apagar el incendio en caso de que se produjera, y de hecho aún hoy el seguro mínimo obligatorio del hogar se llama “de incendio” recordando a causa de qué surge esta figura. Recordemos en este punto que la figura del bombero, o de los apagafuegos, las inventan precisamente los seguros, para evitar que los daños del incendio sean totales y por ello los costes de reposición se disparen. Los parques públicos, generalmente municipales, de bomberos son un invento bastante posterior. En todo caso antes los incendios eran mucho más devastadores. En los cascos antiguos de las ciudades las manzanas, llenas de madera, arracimadas unas contra otras, ofrecían el terreno perfecto, a modo de bosque reseco, para que un incendio se propagase sin límite. Las escenas de muchas películas en las que vecinos desesperados acarreaban cubos o ramas para evitar la propagación de las llamas eran de lo más común en pueblos y ciudades a lo largo de las épocas pasadas, de tal manera que todos los pueblos o ciudades tienen marcadas fechas en las que parte de su estructura urbana ardió, a veces hasta acabar por completo con la misma, como pasó en Londres en 1666 o, más recientemente, en Chicago en 1871. En estos casos los incendios muchas veces terminaban donde se acababan los edificios que pudieran arder, dada la precariedad de medios existentes. Condiciones meteorológicas adversas podían agravarlos aún más como pasó en Santander en 1941, donde un duro temporal de viento sur, con rachas muy fuertes y cálidas, contribuyó a extender las llamas y a darles mucho más poder de lo que hubieran podido tener de darse el fuego en una noche tranquila y fresca. Parece que en Bermeo, la noche en la que se desató el incendio, también soplaba un intenso viento sur, que obviamente no ayudó nada a extinguir las llamas y que las extendió sin control por todas partes. Hay una ley, que se aplica mucho en el caso de los incendios forestales, que es la llamada de los “tres treinta”, que describe las peores condiciones en las que se puede dar un incendio. A saber: más de treinta grados, viento soplando a más de 30 kilómetros por hora y menos de 30% de humedad. Si se da alguna de estas tres el incendio puede convertirse en algo muy peligroso, y la combinación de ambas es letal, y se ha dado en muchos de los grandes incendios que han asolado bosques y parajes en España y resto del mundo en estos últimos años. En el caso de los incendios urbanos la situación es distinta, dada la existencia de cortafuegos “naturales”, como pueden ser las calles, pero en todo caso las condiciones meteorológicas del momento deben ayudar de cara a que la extinción sea lo más rápida posible.

En Elorrio, mi pueblo, hay una plaza de forma triangular en el casco viejo, aneja a uno de los laterales de la iglesia, en la que lucen algunos árboles y un monumento. Uno de los laterales de esa plaza es una de las antiguas dos calles paralelas que conformaban el núcleo de la villa, flanqueadas ambas por edificios y encerradas en una muralla. La extraña existencia de una zona triangular en un espacio definido originalmente como un rectángulo de calles y manzanas tiene su origen, también, en un incendio, que en época medieval arrasó con varias de las manzanas que conformaban el núcleo original de viviendas, que posteriormente no fueron reconstruidas. Ahora el espacio es un lugar de ocio y disfrute, en su momento, como hoy en Bermeo, fue lugar de llanto, pérdida y dolor.

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