Ayer, volviendo en metro del
trabajo a casa, hubo un momento en el que estuve rodeado por cinco chicas,
jóvenes y modernas, alguna de ellas ya montada en el vagón cuando yo subí a él
y otras que fueron incorporándose en las siguientes paradas. Las cinco iban obnubiladas
con su teléfono móvil, jugando, escribiendo en el whatsapp o viendo lo que
fuera, tres de ellas con auriculares y las otras dos con las orejas libres de
cables. Y yo, que leía una buena novela, miraba de vez en cuando a mi alrededor
siendo consciente de que ninguna de las cinco sabía que estaba allí. De hecho
no creo que ni fueran conscientes de estar acompañadas de otras personas.
Es en este contexto en el que se
celebra el día de hoy, 23 de Abril, el día del libro, el invento que durante
más tiempo ha proporcionado ocio a la humanidad. Numerosos actos se celebrarán
a lo largo del día en muchas ciudades del mundo para homenajear a los libros,
los lectores y las historias que les unen a ambos en una curiosa e íntima
comunión de fe y placer. Resulta tópico hablar en estas fechas de la crisis
editorial, de las bajadas de las ventas derivadas de la crisis y del efecto que
tiene el libro digital, tanto como soporte como espoleta del pirateo de los
ejemplares, pero sin obviar estos problemas, que existen y son serios, yo
quiero hablarles hoy del tiempo que dedicamos a la lectura, tiempo que sacamos
de algún sitio, porque tiempo es lo único que no podemos comprar, el día no
tiene más horas de las que da, y el tiempo que le dediquemos a una cosa,
inevitablemente, no se le estamos dando a nada más. La imagen de ayer en el
metro me hizo recordar lo adictos que nos hemos vuelto al condenado móvil de
nuestro bolsillo y, sobre todo, la inmensa cantidad de tiempo que le dedicamos,
que lo extraemos de las relaciones con los demás y de otras formas de ocio
como, por ejemplo, la lectura. Usted, querido lector, puede hacer el
experimento de analizar sus costumbres literarias, cuántos libros lee al mes,
al año, y medir si esa intensidad lectora se ha visto reducida desde el momento
en el que el Smartphone de las narices entró en su vida, desde el momento en el
que empezó a arrastrar pantallas en vez de hojas. Las horas y horas que se
dedican a chatear con gente a la que no vemos y que, cuando tenemos delante, no
hacemos caso porque estamos chateando con otros, o los interminables minutos de
juegos en la pantalla, quizás antes estuvieran repartidos en otras actividades,
y una de ellas, ojalá, pudiera ser leer. Leer requiere su tiempo, se puede ir
más o menos deprisa, en función de la habilidad personal y de lo mucho o poco que
nos guste el texto ante el que nos enfrentamos, pero es recomendable no hacerlo
mirando al reloj, sentándose tranquilamente, poniéndose cómodo, y dejándose
llevar por la historia que se nos expone, que requiere su tiempo de maduración
para contarnos los detalles y entresijos, para apasionarnos, engancharnos y
atraparnos. Si no le damos ese tiempo, si tratamos a las novelas y ensayos como
frases de whatsapp, aceleradas, cortas, directas e instantáneas, nos cargaremos
el trabajo del escritor, porque la novela no nos gustará por muy buena que sea.
Acostumbrados a la inmediatez, a la respuesta automática, instantánea y
directa, el tiempo requerido para que una historia prenda en nuestro interior puede
hacerse largo, tedioso e inútil, y eso sería un desastre. Convertir nuestra
vida en impulsos a golpe de móvil y teclitas sería una pérdida tan grande que
no somos ni capaces de intuir, supondría renunciar al inmenso placer que es
leer y, sobre todo, nos cortaría las alas de la imaginación, ese músculo tan
poderoso que cada vez se nos atrofia antes, al que ni prestamos atención ni
ejercitamos. Las páginas, llenas de letras, sentimientos, conocimiento e historias,
son la máquina de entrenamiento de la imaginación. No renunciemos a ella.
Mi consejo y homenaje al libro en
este, su día, y en el resto de días del año, es que busquen un hueco en su vida
para leer, dense un espacio para la lectura, en papel o ebook, lo que más les
plazca, pero háganlo. Y en el momento en el que empiecen a leer en ese tiempo,
apaguen su móvil, desconéctenlo, elimínenlo de su vida. Dejen que las frases
sean las que dominen en ese espacio de tiempo, que los diálogos y párrafos se
adueñen de usted, y durante los minutos y horas que se hayan puesto, tengan
intimidad con su libro, con su historia, con su amante. Que no haya tristes
pitidos o molestos avisos que perturben su vuelo, su viaje hacia el infinito
mundo que se abre tras las tapas de un libro.
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