martes, abril 30, 2013

La tragedia de Bangladesh y el coste de las cosas


Parece que hoy, después de varios días de búsqueda entre los escombros, y agotadas las esperanzas de encontrar supervivientes en medio de las ruinas, empezará a ser destruido con maquinaria pesada lo que queda del edificio de ocho plantas que se derrumbó la semana pasada en Dacca, capital de Bangladesh, donde se han dado por fallecidos ciertos a más de trescientas personas y se habla de que las víctimas finales podrían triplicar esa horrenda cifra. El que este desastre haya sucedido en un lugar tan lejano, física y mentalmente ha hecho que, por su mera relevancia numérica, no le hayamos prestado nada de la atención que merecía.

Lo que ha trascendido algo a la opinión pública es el sórdido debate sobre las condiciones de vida de quienes trabajaban allí, y el hecho de que los productos que fabricaban en condiciones de semiesclavitud estaban destinados a lucir en las perchas de las tiendas occidentales. En este caso a España le toca muy de cerca, ya que Mango era, junto a la irlandesa Primark, la principal destinataria de esos textiles que se cosían en el edificio siniestrado. No es una novedad, pero si usted no lo sabe, debiera ser consciente de que los productos que utilizamos en nuestro día a día, tanto para vestir como para el ocio, la cultura y muchos otros fines, son creados, ideados y diseñados en países como el nuestro, el primer mundo, pero son montados y ensamblados en el tercer mundo, y traídos de vuelta a nuestros mercados en inmensos barcos cargados de contenedores hasta niveles que le hacen a uno pensar que si no se hunden es un milagro. Los bajos costes de la mano de obra y la perfecta gestión logística, unida al inmenso número de pedidos que se trabajan en los encargos, hacen que el precio final de la unidad que pagamos en la tienda sea tan ridículamente bajo. ¿Cuánto pueden costar unos pantalones? ¿10 o 15 euros? Si uno se pone a pensar en todos los procesos que se encuentran cosidos a los bolsillos del pantalón que se está probando, empezando por la plantación del algodón hasta el embalaje del producto, pasando por cientos de procesos fabriles, se da cuenta de que el precio de la etiqueta es muy bajo. Y hechos como este desastre de Bangladesh pone sobre nuestros ojos uno de los principales factores que hacen que ese precio sea como es, las condiciones en las que se trabaja en esos países para satisfacer la demanda occidental. Ropa, calzado, iphones…todo lo que usted se pueda imaginar se ensambla en inmensos complejos industriales donde miles, millones de personas, trabajan en condiciones dickensianas durante muchísimas horas al día a cambio de salarios infames, logrando así que la cadena de producción no pare y que los costes sean contenidos. A veces estas condiciones laborales son difíciles de creer, pero se dan, seamos conscientes. Hay un argumento de peso para defender esta situación, y es que la población que así trabaja vivía aún peor antes de que los negocios fabriles se instalaran en aquellos países, dado que estaban anclados a una agricultura de subsistencia que era la causa de frecuentes hambrunas y éxodos. Eso es cierto, y en todos los países del sureste asiático la riqueza que ha generado la globalización, que está detrás de todo esto, ha permitido que millones de personas salgan de la pobreza a cambio de un trabajo en una cadena de montaje que a cualquiera de nosotros nos parecería lo más cercano a un campo de concentración. Por ello, la discusión sobre si esto es mejor que lo que había antes tiene poco recorrido, lo más interesante es ver si lo que existe ahora puede o debe ser mejorado, y me parece que las dos cuestiones tienen una respuesta obvia, pero con un corolario desagradable. ¿A qué coste?

Nos hemos hecho adictos a una cultura de consumo low cost, donde todo cuesta poco, y se tira cuando no vale para cambiarlo por otra cosa. Ni valoramos el trabajo ni el esfuerzo que se encuentra detrás de los productos, y sólo buscamos precios bajos, cuanto más bajos mejor. Si los trabajadores de ese edificio de Bangladesh hubieran disfrutado de mejores condiciones laborales y eso se hubiera traducido en una subida del precio de los productos en la tienda, ¿estaríamos dispuestos a pagarlo? ¿Cuántos consumidores aceptarían subidas de precio a cambio de condiciones laborales dignas en la cadena de producción? ¿Lo haría usted? Piénselo un instante cada vez que tenga en sus manos cualquier producto, y dese cuenta de todo lo que ha podido suceder para que llegue hasta sus manos.

Mañana y pasado, 1 y 2 de mayo, es fiesta en Madrid, pero el Viernes 3 trabajo, así que habrá artículo… disfruten del puente o, de no tenerlo, de los días de descanso de que dispongan.

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