No quiero convertirme en profeta,
no, y es que ya es casualidad que justo ayer que escribí sobre la evolución del
Bitcoin y su posible burbuja va la cotización de la moneda y se derrumba,
perdiendo cerca de un 50% de su valor, lo que ha hecho que, casi seguro, el
Bitcoin se asegure un puesto en la historia económica como el proceso de
burbuja y pinchazo más acelerado jamás visto. Y como hoy quiero hablarles de
Japón tampoco deseo que tras mis palabras el experimento al que se ha lanzado
el Banco Central de Japón, el BoJ, descarrile a las primeras de cambio, aunque
soy de los que opina que, al final, descarrilará, hable yo de ello o no.
Japón es un país al que
debiéramos prestar mucha atención porque supone un ejemplo real donde poder
comparar los problemas que sufre la UE. En los ochenta Japón se iba a comer el
mundo y, de hecho, empezó a zampárselo. Pero se indigestó. La explosión de la
burbuja inmobiliaria que hizo que el terreno del palacio imperial de Tokyo
costara más que el estado de California arrasó el sistema financiero nipón y
arrastro a multitud de empresas que estaban muy imbricadas con los bancos
locales. En lo que se llamó la década perdida de los noventa, que fueron dos en
realidad, la economía japonesa mostraba síntomas de encefalograma plano. Atonía
en el crecimiento, déficit público y fiscal creciente, precios congelados con
suave y peligrosa tendencia deflacionaria, bolsa arrastrada, etc. Mucha gente
observaba con extrañeza lo que pasaba en el archipiélago sin entender nada,
pero sin alarmarse, porque una de las características de la crisis japonesa es
que fue local. Cuando llegó el derrumbe Japón se “desconectó” del mundo y no
arrastró a otras economías, cosa que no ha sucedido en las crisis posteriores,
especialmente a partir de la Tequila Mejicana de los noventa. ¿No era
suficiente el grado de globalización financiera o tecnológica? ¿Hubo suerte? No
lo se, la cosa es que Japón se convirtió en un caso raro al que nadie prestaba
atención. Sucesivos gobiernos nipones trataban de reactivar la economía y el
consumo local, sin éxito alguno, y la economía japonesa se convirtió poco a
poco en la presa de países emergentes de su entorno, especialmente Taiwan y,
sobre todo, Corea del Sur, que con un modelo de inversión productiva,
especialización tecnológica y formación de capital humano de alta potencia e
intensidad, ha desbancado a muchas de las marcas y firmas japonesas. La Samsung
coreana de hoy es al Sony japonesa de los ochenta y noventa. La crisis global
de 2008 hizo que todo el mundo sufriera en sus carnes una dosis de amarga medicina
japonés, en cada lugar a su manera, en todos de manera dolorosa, y que muchos
ojos volvieran la vista hacia el sol naciente para saber cómo se habían
recuperado allí de la burbuja inmobiliaria. Al ver que no lo habían logrado las
miradas de sorpresa se tornaron en susto, y algunos empezaron a señalar a Japón
como el futuro de las economías occidentales tras la burbuja, endeudadas, envejecidas
y condenadas a una evolución renqueante hacia la intrascendencia global. Como
cada país es un mundo este escenario descrito puede ser cierto o no, pero se
plasmará de manera muy diferente según donde se estudie. Lo que no se puede
negar es que Japón ya usó hace años las armas monetarias que la Reserva Federal
o el BCE llevan utilizando desde que estalló nuestra crisis. Eso de las
expansiones cuantitativas, los famosos QE, y demás medidas “no convencionales” se
han convertido en las herramientas más comunes del BoJ, que año sí y año
también trata de estimular a la economía de su país con un shock monetario, que
normalmente acaba diluyéndose en la nada.
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