Puede que sea una sensación
personal, pero llevamos un año en el que las muertes se ceban en personajes
famosos, o al menos muy relevantes en la vida social y cultural española,
quizás porque llega un momento en el que la salud de una generación es tan
débil que empiezan a caer como las hojas muy ocres en otoño, en bloque ante el
más mínimo vendaval. Alfredo
Landa, que murió ayer a los ochenta años, llevaba un par de años retirado
del mundo con una salud muy endeble, con la mente perdida y siendo una figura
muy distinta de como se le recuerda mediante sus películas, las serias y las
otras.
Ver las películas de Landa me
pone siempre ante un brete, porque presentan mundos opuestos en función del
título que se trate. O son bodrios infumables de la época del destape, en la
que el actor encarnó mejor que nadie la figura del españolito reprimido y
cortado que descubre el mundo del placer tras los años de la dictadura o son
grande películas en las que Landa es el representante de la clase media
nacional, con sus angustias, problemas y cabreos, pero también ilusiones,
esperanzas y sueños. Landa era, por así decirlo, la versión cachonda de López
Vázquez, otro inmenso actor, que daba más el tipo de señor de una generación
anterior. Y como él, demostró ser un gran actor capaz de interpretar los
papeles que se le demandaran, y no quedarse encasillado en un género o un
personaje. Por mi edad, nacido a principios de los setenta, no vi las películas
del destape y creo que la primera vez de la que tengo recuerdo de la presencia
de Alfredo landa fue en la serie de televisión de los ochenta que versionaba “Ninette
y un señor de Murcia” del gran Miguel Mihura, con aquella Victoria Vera
interpretando a una Ninette que enamoraba a todo el mundo (incluido a mi, un
crío tonto embelesado ante sus bucles pelirrojos) un Juanjo Menéndez que
interpretaba el papel de señor murciano con elegancia y porte y un Alfredo
Landa que hacía de Amando, residente desde hace tiempo en la capital parisina,
que mandaba cartas a sus paisanos murcianos contando las excelencias de la vida
parisina y los placeres que otorgaban las carnales y desinhibidas mujeres locales,
pero que en la realidad era un pobre hombre que trabajaba mucho en la ciudad
para ganarse unos francos y que no era capaz de rascar nada con las chicas francesas,
con las que era incapaz de entablar relación alguna. El papel de Landa era
triste, mostraba una cara alegre, vivaracha y desenfadada, pero por debajo el
personaje sufría y llevaba una vida arrastrada, decepcionada respecto a los
sueños que se había forjado en su marcha, y guardando para sí un rencor que, de
vez en cuando, explotaba en forma de bronca o perorata desatada contra alguno
de los demás personajes que compartían escena con él, en la honda del “Vente para
Alemania, Pepe” que tan bien encarnó.. Es esa combinación de grandes sueños y
frustraciones la que mejor supo encarnar Alfredo, la que le llevó a la gloria, y
la que estuvo a punto de convertir su carrera en un mero conjunto de banales
películas de destape, sexo barato y magreo, con las que Landa hizo su dinero en
los setenta y se elevó al olimpo del macho hispánico, pero que ocultaban toda
su potencia como actor. El Crack, los Santos Inocentes, El Quijote y otras
muchas vinieron después, y permitieron a muchos darse cuenta de que bajo la
piel de ese pequeño y cachondo hombre se escondía lo que siempre había estado
allí, un enorme actor, un intérprete capaz de lograr los registros más complejos,
llenos de matices, especialista en dotar a sus personajes de una ternura como
sólo él, desde su físico corriente y menudo, podía darles. Desde su figura
totalmente opuesta a la del galán, Landa fue capaz de serlo, y los que creyeron
en él tras los años del destape demostraron ser sus mejores amigos, los más
fervientes creyentes en el auténtico landismo que se escondía detrás de la
figura de Landa.
El landismo… una de las muestras
del inmenso éxito al que llegó Landa es que su apellido ha adquirido el valor
de convertirse en la denominación, la marca de todo un género y estilo, una
enseña que, al ser nombrada, ya nos trae a la memoria imágenes, recuerdos y
experiencias de toda una época. Quizás haya sido con Berlanga el único de los
cineastas españoles dotado de semejante honor, y eso da muestras de la grandeza
y fama que llegó a adquirir. Hoy muchos le lloran y recuerdan, y miles de
españolitos, jóvenes y mayores, sienten que el actor que mejor llegó a representarles
a ellos mismos ya se ha ido, y deja un hueco imposible de cubrir. Que lo
disfrute en el cielo, rodeado de suecas macizas, una partida de mus y un buen
monólogo para deleitarlas a todas.
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