jueves, mayo 23, 2013

Contra las etiquetas (para Javier Gomá y Antonio San José)


Ayer tuve la oportunidad de asistir a una charla de carácter bastante íntimo entre el filósofo Javier Gomá y el periodista Antonio San José. Celebrada en la librería Rafael Alberti, rodeados de volúmenes por todas partes y ante un pequeño y entregado auditorio, San José realizaba preguntas que Gomá, utilizaba para explayarse en su concepto de filosofía, de vida, de impulso literario, para relatar su visión de las cosas, de los conceptos y de cómo ha llegado a desarrollarlos a través de una vida dedicada de manera obsesiva a la generación de textos que, en torno a la idea de la ejemplaridad, le han llevado a un involuntario estrellato mediático.

Pero no es de filosofía de lo que hoy quiero hablarles, no, sino de política, o mejor aún, de su exceso. Comentó ayer Gomá que vivimos en una sociedad y en un país donde el posicionamiento ante las realidades que observamos es una dicotomía de blanco y negro, de unos y otros, de un simplismo aterrador, de un maniqueísmo absurdo, y que se llega al absurdo de que etiquetamos a las personas en función de una opinión que den y esa etiqueta nos sirve para extrapolar lo que van a opinar de todo lo humano y divino imaginable. A él esto le aburre, asusta y, en cierto modo, indigna, y reclama para sí lo que llama el derecho a escaquearse, a huir de esta batalla de posiciones enfrentadas, a renunciar a opinar sobre temas que están tan polarizados en la sociedad que el mero hecho de afrontarlos desde una óptica o desde otra ya impide desarrollar el discurso complejo que se requiere para analizarlos. Dicha la primera frase sobre algo, la mayoría de la audiencia intuye que partido o postura apoya el opinador y ya no escucha el resto, dedicando el resto del tiempo a alabarlo con grandes loas o a criticarlo tachándolo de cualquier cosa. Es una situación infantil, absurda, que cada vez detecto más en los medios de comunicación, en mi entorno y allá donde vaya. Personalmente me gusta opinar de los temas, tengo posturas más o menos formadas sobre muchos de ellos y sobre otros me debato entre dudas y angustias propias del que no lo sabe todo, pero no rehúyo los debates (de hecho trato de fomentarlos cada mañana desde este pequeño hueco de la red) pero en muchas ocasiones me encuentro con que mi postura o la de mis contertulios, por usar un término popular en nuestros tiempos, es criticada desde el principio, al poco de haber sido expuesta, sin ni siquiera desarrollarla. Y no nos engañemos, muchas de las situaciones de las que discutimos día a día, y emitimos opiniones con una ligereza impropia, son de una complejidad que nos desborda por completo. Miles, millones de páginas se han escrito y se escribirán sobre la crisis económica que vivimos y padecemos, que lo primero que demuestran es que su dimensión y complejidad es enorme, y que ante semejante problema las recetas fáciles, de manual y de aplicación instantánea no son útiles. Es necesario, en este y otros muchos casos, estar informado de lo que sucede, haber estudiado bien el problema y tras ello, emitir una opinión que, en todo caso, debe estar marcada por la duda razonable de que se puede estar equivocado en muchas de las cosas que se digan, que la experiencia personal ante el tema del que se habla puede ser un sesgo a la hora de emitir juicios generales, y que pontificar acusando a todo el mundo de todo y proclamándose mensajero de la verdad es muy sencillo, pero en demasiadas ocasiones es sólo ejemplo de demagogia y populismo. Y en épocas como las actuales, donde la complejidad de los problemas no deja de crecer, y la interrelación entre todos ellos se vuelve cada vez más y más intensa, cuando más necesario debiera ser el debate sereno, sosegado, experto y dubitativo, más dogmatismo, etiquetas y voces se escuchan en los medios, en los bares y en los pasillos de las oficinas. Paradójico, pero así es.

Por eso, además de los contenidos que se trataron ayer en el encuentro, la mera observación y escucha de dos personas sabias, Javier y Antonio, que huyen de esas etiquetas, que tratan de llegar a la raíz de los problemas sin estar sesgados por una ideología o ideas preconcebidas, y que cuando no saben algo dicen que no lo saben, supone un rayo de esperanza, la constatación de que todavía quedan librepensadores, personas a las que el conocimiento, la duda y la curiosidad son los que dictan sus palabras y actos, y no la militancia en un partido o sigla, que renuncian a infantiles argumentarios repletos de sesgos para pensar por sí mismos. Y ya sólo por eso la charla de ayer fue fructífera para los que allí estuvimos, y teniendo en cuenta que hubo mucho más ni les cuento lo bien que nos lo pasamos. Gracias a los dos.

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