Un tornado imprevisto, no
cartografiado, que no salía en los modelos, se abatió ayer por la noche en
forma de expresidente del gobierno sobre La Moncloa y su actual inquilino,
Rajoy, que debía estar preparándose para la cumbre europea de hoy sobre los
paraísos fiscales cuando el servicio de seguridad entró bruscamente en su
despacho, le rodeó y se lo llevó al búnker seguro, a prueba de bombas de todo
tipo. ¿Qué sucede, preguntaría Rajoy absorto y asustado? ¿Nos atacan?... ¡Sí!,
contestaría en coro el grupo de policía de élite… el tornado Aznar nos quiere destruir!!!
Y entonces Rajoy, lívido, perdería el conocimiento.
La
verdad es que la entrevista de ayer fue todo un espectáculo que, en primer
lugar, hay que agradecer a Antena3, que se apuntó un buen tanto y, supongo, una
gran audiencia, y en segundo lugar al entrevistado, que si por momentos se
quedaba sin voz la elevaba alta y muy clarita cuando quería dejar su mensaje.
Aznar se presentó fiel a su estilo. Serio, muy serio, sin apenas expresar
sonrisa alguna, adusto, sin bigote, y con muchas ganas de dar guerra. Gloria
Lomana, la entrevistadora principal, empezó muy fuerte, preguntándole una y
otra vez sobre los papeles de Bárcenas, los sobresueldos, los pagos en mano y
la presunta financiación ilegal antes, durante y después de su mandato al
frente del partido. En este aspecto Aznar se mostró serio y convincente en un
principio, pero luego su argumentación flojeó mucho, teniendo que recurrir al
ataque al grupo Prisa, que por mucha inquina y odio que le tenga al
expresidente no es una causa que sirva para demostrar la falsedad o no de las
acusaciones, y se equivocó por completo en todas las excusas referidas a los
pagos de la boda de El Escorial, el primer gran fracaso de su carrera política,
el día en el que Aznar abandonó el mundo de los mortales y se convirtió al
mesianismo del que aún es fervoroso militante. Sus comentarios respecto a los
regalos de los invitados eran más bien cómicos, siendo generosos. A partir de
ahí llegó lo más sustancioso de la entrevista, en la que los dos periodistas
que acompañaban a Lomana, una nerviosa pero incisiva Victoria Prego y un
tranquilo y comparsero Paco Marhuenda jugaron un papel determinante. Y durante ese
tramo del interrogatorio Aznar dejó claro el mensaje que, quizás, era la causa
última por la que concedía la entrevista, que no es otro que su decepción y
hartazgo con el actual gobierno de Rajoy. A cada pregunta sus respuestas
lanzaban dardos, flechas y pedradas a la cabeza del actual presidente del
gobierno, de su equipo económico y del rumbo global que mantiene el actual
ejecutivo. Acusado de lánguido, soltando pullas sobre antiguos miembros de su
pasado gobierno que entonces bajaban impuestos y ahora parecen disfrutar
subiéndolos, y demandando una actuación decidida, liberal en el discurso y de
defensa de las clases medias, Aznar ejerció ayer el papel de líder de la oposición
que sigue vacante dado el ostracismo en el que vive el PSOE y sus supuesto
líder, Rubalcaba. Por momentos parecía que Aznar no pertenecía al partido en el
que milita y comparte junto con Mariano. No quiso entrar en el proceso
sucesorio que él lideró con mano de hierro y dedo seleccionador y que concluyó
con la elección de Rajoy como su sucesor, pero eran evidentes sus ganas de
decir que se arrepentía de la decisión tomada. Como señaló un tuitero muy listo
de mientras la cascada de declaraciones no dejaba de caer, a Aznar sólo le
faltaba pronunciar un “váyase, señor Rajoy” para dejar claro cuál era su mensaje.
En mi opinión, aferrado a su papel a lo largo de los gobiernos que dirigió,
Aznar ha perdido parte del sentido de la realidad y, pese a que tiene razón
cuando acusa al actual gobierno de no tener rumbo ni mensaje, yerra por
completo al pretender renovar unas políticas que en los noventa tuvieron éxito
pero que, ahora, y en este contexto, son inaplicables.
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