Contemplar las imágenes de la
destrucción causada por el tornado que ha atravesado la localidad de Moore, en
Oklahoma, por
ejemplo a través de esta web, impone. Manzanas enteras de casas arrasadas,
de estructuras arrancadas del suelo y deshechas, de zonas en las que no ha
quedado un árbol e incluso, como han comentado los corresponsales, fragmentos
de césped han sido arrancados del suelo. Una destrucción que asociamos a la
guerra, a la explosión de una bomba atómica, pero que ha sido causada por un
fenómeno natural, una tormenta desatada que ha generado un vórtice capaz de
tocar suelo, con la fuerza de un huracán concentrada en ese pequeño apéndice.
Imposible hacer frente a su poder.
Pero, ¿es predecible su
formación? Cuando observamos sucesos como estos siempre surge la gran pregunta
¿Por qué no se han predicho? ¿Por qué “los del tiempo” con todos sus medios, no
han sido capaces de avisar a la población de que la tormenta se dirigía hacia
sus casas? La respuesta es muy sencilla pero esconde una sensación de
devastación profunda, al menos para quien les habla. Porque no es posible. La
tecnología actual, y es fácil suponer que la futura, no permite predecir la
formación y trayectoria de sucesos que, por su comportamiento, entran dentro de
lo que se denominan dinámicas caóticas. La meteorología, la economía, la
vulcanología, la teoría de estructuras, la dinámica de fluidos…. Muchas de las
ramas del conocimiento científico que asociamos a predictibilidad y exactitud
son un oscuro agujero del que no se puede sacar mucho más que la evidencia de
que los sucesos que se han dado se volverán a dar en el futuro. Todos sabemos
que en las zonas donde es frecuente que se produzcan terremotos los habrá en el
futuro, y cuanto más tarden en darse más intensos serán, pero ¿cuándo será el
momento exacto y cuánta la intensidad del fenómeno? Eso ya no se puede decir.
En el caso de la meteorología, los avances en los modelos predictivos han sido
espectaculares en las últimas décadas. La aplicación generalizada de los
modelos informáticos y el uso cada vez más intensivo de ordenadores con
capacidades de cálculo (y dimensiones y costes) difíciles de imaginar ha
permitido que la previsión hoy día tenga un grado de fiabilidad en el plazo de
48 – 72 horas muy elevada, casi del 100%. Cuando vemos en televisión esos
modelos de manchas de colores, bien de temperaturas o de precipitación, que
evolucionan en el tiempo sobre el país de que se trate cuando el presentador le
da a la animación, lo que contemplamos es el fruto de miles de millones de
operaciones efectuadas por esos superordenadores que generan esas manchas de
colores en movimiento. En ocasiones como el verano castellano, la previsión es
relativamente más sencilla se puede alargar a varios días al saber que un anticiclón
de bloqueo puede mantener los cielos despejados mucho tiempo, pero en ocasiones
como las de la semana pasada, de inestabilidad, de grandes núcleos convectivos
de nubes y de formación de tormentas, la predicción se complica de una manera
extraordinaria, hasta el punto que determinar si en una tarde dada va a llover
o no sobre una localidad y cuándo lo va a hacer es un ejercicio muy difícil, si
no imposible, de contestar. Y desde luego estimar dónde se pueden producir
fenómenos puntuales de la intensidad de un tornado se escapa a cualquier
posibilidad de los modelos existentes. Pero es que por su propia naturaleza
caótica, ni el modelo más perfecto podría determinar dónde y cuándo se
desarrollará el tornado, porque ese es un concepto indeterminable. La investigación
y la tecnología serán capaces, cada vez más, de afinar el grado de probabilidad
de que ese fenómeno se de, y de acotar las zonas y momentos en los que puede
llegar a presentarse, lo que aumentaría el margen de seguridad para alertar a
la población y realizar evacuaciones, pero la certeza… no, en este campo la
certeza no existirá nunca.
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