viernes, mayo 17, 2013

Hay otras Tierras hay fuera


Ayer hablé de como la ciencia está cambiando de manera acelerada lo que entendemos por vida en la tierra, o al menos cómo funciona y se reproduce. Las grandes preguntas sobre la vida son cómo surge y si la hay fuera de nuestro planeta. La primera de ellas es la más compleja, la segunda, condicionada a la primera, requiere además que encontrar planetas “habitables” en el espacio exterior. Hasta hace unos años esta pregunta era una mera conjetura, hipótesis científica. Desde hace pocos la búsqueda de exoplanetas se enfrenta al problema de la catalogación, porque aparecen por todas partes. Es una de las mayores resoluciones de la astronomía en siglos, y está sucediendo ahora mismo.

Los sistemas de detección de planetas son complejos y sujetos a amplios márgenes de error. Por definición, un planeta no brilla, en todo caso refleja la luz que recibe de su estrella, y no puede ser “visto” de la manera tradicional. Simplificando mucho hay dos maneras de encontrarlos. Una es por la disminución de la intensidad de la luz que emite la estrella en torno a la que orbita cuando pasa entre ella y nosotros. Comparemos la estrella con una bombilla y el planeta con una mosca. Cuando la mosca pasa delante de la bombilla la luz que recibimos de ésta disminuye, muy poco, al interponerse un objeto opaco entre medias. Dado que aquí no existe una pared en la que proyectar la sombra de la bombilla, si detectamos que periódicamente la intensidad sufre altibajos podemos suponer que “algo está dando vueltas en torno a la estrella. Otro método, similar en su carácter deductivo, pero más refinado, es el de detectar las oscilaciones gravitatorias que genera el supuesto planeta en la estrella. Si observamos el astro y detectamos fluctuaciones en su posición podemos deducir que se debe a que un objeto pesado gira en torno a ella y como resultado del juego gravitatorio el sistema estrella – cuerpo tiene un centro de gravedad en torno al que oscila. Esto puede parecerles fantasioso, pero es lo que sucede sin ir más lejos, entre la Tierra y la Luna. La marea terrestre es influjo de la atracción lunar, y el sistema Tierra Luna gira en torno a un punto que, dada la diferencia de peso de nuestro planeta frente a la luna, cae dentro de nuestra corteza, pero no es el centro de la tierra. A medida que los instrumentos de detección se han ido refinando la posibilidad de detectar objetos ha crecido, y como era de esperar los primeros planetas descubiertos fueron los llamados tipo Júpiter, grandes bolas de gas que generan intensos efectos gravitatorios y lumínicos. Poco a poco la lista de planetas ha ido creciendo, y la siguiente categoría descubierta fueron las llamadas Supertierras, planetas sólidos de grandes dimensiones que en ningún caso eran asimilables a nuestro hogar, pero ya indicaban que los objetos rocosos, o al menos sólidos, no eran una excepción en el espacio exterior. Además en muchos casos se repetía el patrón del sistema solar, con grandes planetas gaseosos en órbitas alejadas y planetas sólidos de menor tamaño en órbitas interiores. ¿Un modelo generalizable? No tanto, pero sí presente en varios de los sistemas detectados. El descubrimiento del sistema Gliese 581 en 2009 supuso la primera ocasión en la que se encontraron objetos “similares” a la Tierra en la llamada zona de habitabilidad de la estrella, el espacio en el que, para entendernos, no hace demasiado frío ni demasiado calor, que para nuestro sol comprende las órbitas situadas un poco más lejos de venus y un poco más cerca que Marte. Pero la bomba en esta apasionante materia se produjo hace pocas semanas, cuando la misión Kepler de la Nasa, destinada a detectar este tipo de objetos, hizo público el descubrimiento del sistema 62, en la constelación de Lira, lejos, a algo más de 1.000 años luz de distancia, pero dotado de un montón de planetas. Y de entre ellos destacan dos joyas, denominadas Kepler 62e y 62f (sí, nombres fríos y faltos de poética para un asunto tan caliente) que, esta vez sí, son lo más parecido que hemos encontrado a nuestro hogar ahí arriba.

Kepler 62f es 1,4 veces más grande que la Tierra y está en la mitad de la zona habitable de su estrella, tiene un “año” o periodo de traslación en torno a su estrella de 267 días y lo hace en torno a un astro más viejo y desgastado que nuestro sol. Sin poder saber mucho más sobre qué atmósfera (se supone que al tiene) y temperaturas se registran sobre su (supongamos) superficie sólida) los modelos indican que Kepler 62f, por primera vez, sería un planeta candidato a albergar sistemas biológicos tal y como los conocemos. ¿Esto es soñar? Sí, porque démonos cuenta de que apenas sabemos nada más que la existencia de este cuerpo, pero por primera vez tenemos un planeta exterior sobre el que soñar. Fascinante.

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