lunes, mayo 20, 2013

Tormenta inesperada


Ayer por la tarde, tras despedir a un amigo mío que había venido a pasar el fin de semana en Madrid y sentir, viniendo del norte, como la primavera de la meseta es muy parecida al invierno, me quedé en casa revisando la prensa del fin de semana, que no había podido leer al estar casi todo él fuera, paseando, viendo exposiciones y charlando. Tenía bastante papel por delante así que, tras una buena duha y ver las noticia, apagué al tele y me puse a revisarlo todo, notando como poco a poco el mediodía luminoso se iba poniendo oscuro.

Artículos más o menos interesantes, reportajes variados, y así avanzaban las horas hasta que a eso de las 19, no se exactamente los minutos, un rumor proveniente de la calle se elevó ligeramente por encima de la música que estaba escuchando (el arte de la fuga de Bach, BWV 1080 en la versión del conjunto de cuerda Freetwork, maravillosa) y en lo primero que pensé fue en una tormenta, aunque luego me desmentí a mi mismo porque, pese a que la previsión anunciaba riesgo de chubascos por la tarde, me parecía demasiada casualidad que cayeran tantas tormentas en días seguidos, dado que el sábado nos libramos de una por los pelos. Cuando el segundo “rumor” se elevó más claro y contundente que el anterior dejé atrás mis dudas y, apagando el equipo de música, acudí a la ventana a contemplar el cada vez más limitado paisaje del que dispongo gracias a la política de no poda de los árboles del barrio. Y allí entre el follaje, las ramas y las hojas que todo lo cubrían, tenía sobre mi cabeza un cielo negro, oscuro, amenazador, sin formas definidas, continuo como una tela o dosel, del que empezaban a caer tímidas gotas, no muy gordas, pero que en el silencio de la tarde se oían perfectamente. Y tras lo que parecía un fogonazo, un nuevo trueno, esta vez inconfundible, sonoro y grave, que parecía estar bastante cerca. Con la ventana del salón abierta contemplaba las nubes y, refugiando mi cabeza bajo el extractor del aire acondicionado del vecino, veía como las tímidas gotas del principio habían reclutado a una tropa de fornidas seguidoras que, animadas, caían con mayor estrépito y volumen, empezando a empapar el suelo, mientras que nuevas descargas se oían, de manera consecutiva y cada vez más cercana. Y todo ello en medio de un frío espantoso, impropio de un mes de Mayo, que provocaba que saliera el vaho de mi boca como si estuviéramos en el invierno que parece que nunca vayamos a abandonar. En unos minutos, junto a las gotas, empezaron a caer bolas de granizo, pequeñas, como guisantitos o granos de maíz, livianas, que rebotaban contra los tejados, ramas y postes, y adoptaban todo tipo de trayectorias antes de llegar al suelo. Su impacto contra el patio de mi casa generaba un ruido como de muchas canicas cayendo sobre el suelo, pero era más la sensación que el tamaño de los objetos que se precipitaban. Pese a que por unos instantes lo intentó, el granizo duró poco tiempo y la lluvia fue la que, intensa, racheada y zarandeada por el viento, se hizo dueña de la situación, desbordando rápidamente las canaletas de agua sitas junto a las aceras y convirtiendo a las alcantarillas en improvisados surtidores de agua, barro y hojas. Mientras, los rayos seguían cayendo con ganas y lo que se presumía una apacible y fresca tarde de Domingo se había convertido en apenas unos minutos en una desapacible noche invernal de tormenta y agua.

Al poco, mirando por internet, pude comprobar que por mi barrio había pasado no lo que yo creía que era el núcleo de la tormenta, no, sino una mera esquina de la misma, ya que más al norte, por la zona de Ventas por ejemplo, el granizo se había adueñado completamente del paisaje y había teñido de blanco calles, coches, árboles y todo lo que sobresaliera del suelo. También fue el granizo lo que, tristemente, ocasionó un aparatoso accidente de tráfico a 140 kilómetros más al norte, en la A1, en el que se vieron envueltos unos cincuenta vehículos, incluyendo un autobús de línea y varios camiones. La fuerza de las tormentas siempre resulta imponente. Ayer, desde luego, lo fue.

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