jueves, mayo 09, 2013

Europa, desunida ante la adversidad


Como todos los 9 de Mayo, hoy se celebra el día de Europa, fiesta de la Unión que trata de recordar los valores que fueron emanados en la declaración de Robert Schuman de 1950, que supuso el pistoletazo de salida y el marco conceptual del que surgiría el Tratado de Roma de 1957, y desde ahí hasta nuestros días. Como en nuestro trabajo gestionamos fondos europeos haremos un acto oficial a media mañana, con discursos protocolarios frente a nuestras oficinas, el izado de la bandera de las doce estrellas y la audición del fragmento de la Oda a la Alegría de la novena de Beethoven, que es el himno de la UE:

El lema oficial de la UE es “unidos en la diversidad” pero he titulado mi artículo de hoy justo a la inversa porque, año tras año, la crisis económica que padece el continente va degenerando en una crisis política y de identidad. Si cada aniversario de la UE se convertía en años pasados una cita para hacer chistes sobre si será el último o no en función de lo que pasara con el euro, a esa preocupación ya se le pueden sumar todas las referidas a la crisis del sueño europeo en sí mismo, a la sensación de que la Unión empieza a ser cada vez menos unida. Pocas veces se llegará a esta fecha con un sentimiento europeísta tan débil como el que ahora reina en el conjunto de los países que conformamos este club, ya que si era hasta cierto punto tradicional que naciones como el Reino Unido o las nórdicas mostraran un cierto desapego al proyecto, las altas tasas que reflejaban un sincero deseo de unidad europea que reinaban en los países del sur se han convertido en minoría, y siguen decreciendo a medida que las instituciones europeas se ven cada vez más como irritantes madrastras que no dejan de castigar e imponer. Una de las principales muestras de que esa sensación de unidad se desvanece es que retorna con fuerza el fantasma del nacionalismo, uno de los mayores males que ha afligido al continente a lo largo de su historia, y cada vez se escuchan en más discursos y declaraciones epítetos referidos a nacionalidades europeas con objeto de ser arrojados en la cabeza de sus destinatarios. Los griegos gandules, españoles perezosos, franceses orgullosos, mafiosos italianos, rígidos alemanes, intransigentes holandeses, dictatoriales finlandeses… y así indefinidamente, en una carrera por ver quién dice el tópico más bruto y desconsiderado. Estas alusiones nacionales demuestran la raíz del problema, la causa original por la que se fundó en su momento la Comunidad Económica Europea, que no fue otra que lograr de una vez por todas la paz en un continente arrasado por guerras civiles, las últimas de las cuales, I y II Guerra Mundial, implicaron al mundo entero. Millones de muertos, destrozos sin fin y un horror como no nos podemos imaginar llevaron a que un grupo de intelectuales y estadistas, de esos de los que tanta falta nos harían hoy en día, diseñaran un proyecto de unión económica entre países, una vía para crear lazos de solidaridad e intereses que, con el tiempo, fructificasen en acuerdos de integración política y social. La economía fue en aquel momento la excusa, la herramienta para lograr la unión, no el objetivo de la misma. Esto es un mensaje crucial que hemos olvidado por completo, y que es la base de la Europa unida. El objetivo final era integrar a los europeos en una comunidad de intereses, en una sociedad lo más cohesionada posible, que comparte unos valores muy profundos sobre lo que es el derecho, las libertades civiles y económicas, la tradición productiva y la seguridad jurídica, que posee un enorme acervo histórico que la une y que le permite hablar del concepto de Europa como una entidad en sí misma, dotada de personalidad y rasgos específicos. Por eso surge el proyecto europeo, para dar forma a esa entidad y que sirva para exorcizar los demonios de la guerra y del enfrentamiento entre las naciones.

Hoy, sesenta y tres años después de la declaración de Schuman, sus palabras adquieren una mayor relevancia si cabe porque el proyecto que en ellas se basa sufre su mayor crisis desde su nacimiento. Palabras de unidad, destino común y esfuerzo colectivo que se ahogan en un mar de deuda, incomprensión, desgobierno y recelos mutuos acrecentados por la corteza de miras y el egoísmo local. Y el resto del mundo, que crece a gran velocidad y nos deja atrás, observa como Europa, tantas veces faro y luz entre las sombras, vuelve a proyectar una imagen preocupante que, en ocasiones pasadas, ha terminado siendo reflejo de enfrentamientos, guerras y destrucción. Venzamos a nuestro miedos y trabajemos para que este proyecto europeo acabe en buen puerto.

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