La burbuja inmobiliaria que nos
ha conducido hasta el fondo de esta crisis no sólo ha generado la quiebra
económica del país, sino que también ha arrasado la industria de la
construcción y todo lo relacionado con ella. La profesión de arquitecto se ha
convertido en un destino maldito en el que recalan jóvenes para juntarse con
mayores que ven como sus carreras se han frustrado. Los restos de la burbuja,
visibles en miles de urbanizaciones abandonadas, son la viva imagen e al
decadencia de un sector para el que serán necesarias muchas décadas de purga
tras los excesos cometidos.
Por ello, resulta muy
recomendable asistir a la
exposición que se presenta en el museo del ICO en Madrid, exposición
bipolar, que muestra por un lado la orgía que degeneró en burbuja y el trabajo
profesional y concienzudo de los arquitectos que buscaban crear edificios y
espacios, no simplemente espacios urbanizables de especulativo valor. Por un
lado se muestra una galería de fotos y planos de proyectos urbanísticos que han
embarrancado, principalmente en costa, pero ni mucho menos en exclusiva, que
son el fiel reflejo de lo que nos ha pasado. Pequeños pueblos en los que, en
sus afueras, se proyectaban enormes complejos de viviendas, campos de golf,
estanques y toda la parafernalia que uno pueda imaginar, siempre con un nombre
ostentoso, en inglés, y de grandes dimensiones, y que inevitablemente se
vendían como el paraíso del residencial para las clases medias y acomodadas.
Las fotos, tomadas por la arquitecta alemana Julia Schulz-Dornburg, muestran
inevitablemente la decadencia, construcciones a medio empezar en las que la
vegetación está empezando a tomar nuevamente posesión de un terreno que nunca
debió serle arrebatado, campos de golf convertidos en charcas y pozas en las
que la arena de los banker se mezcla con la de las obras a medio empezar, y la
sensación común de que todo era un castillo en el aire, fruto de la codicia de
unos pocos y el ansia de poseer de casi todos, y de que detrás de esas imágenes
deprimentes se encuentran comisiones, pelotazos, recalificaciones y corrupción
de todo tipo. Para depurar el cuerpo y alma uno sigue la exposición y pasa a
otra sala en la que se muestran unas fotografías de edificios construidos en
torno a la misma épcoa, algunos son anteriores, por prestigiosos estudios de
arquitectura españoles tales como Francisco Mangado, Mansilla + Tuñón, Nieto
Sobejano, Paredes Pedrosa y RCR, y que muestran como de mientras la locura
crecía sin freno algunos seguían creando arquitectura al servicio de un
proyecto, de una idea, de un fin social o cultural, sin pensar tanto en la
rentabilidad del proyecto o del dinero que de allí se iba a obtener, sino
reflexionando sobre cómo integrar el edificio en el entorno, como dotarlo de un
volumen acorde a la función prevista, cómo diseñarlo para que fuera lo más
operativos posible, lo más práctico, y que permitiera que el usuario del mismo
se sintiera integrado, acogido por el edificio, y lo hiciera suyo. Se muestran
edificios de todo tipo, desde el MUSAC de León hasta una biblioteca y centro de
jubilados en Barcelona, desde unas pistas de atletismo en Olot hasta la
cubierta de la villa romana de La Olmeda en Saldaña. Todos ellos ejemplos,
grandes ejemplos, de la calidad de la arquitectura española, de la gran imaginación
de los creadores y, sobre todo, de su profesionalidad, porque en una sociedad
en la que la figura del arquitecto estrella, tanto por su relumbrón como por
sus honorarios, ha contaminado la imagen que tenemos del ramo, los proyectos
muestran a grandes arquitectos que ponen su obra, su destino, su entorno y sus
posibles usuarios, por encima del prestigio, la fama y el reconocimiento.
Vuelven a realizar arquitectura en el más noble y profundo sentido del término,
y acaban dándole al visitante una luz que permite salir de la exposición no
agobiado por la decadencia vista al principio, sino esperanzado por la honesta
creatividad del final.
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