Hay escenas, imágenes, que
definen una época o estado de situación. Muchas novelas y artículos son capaces
de hacerlo, pero la fuerza explicativa de una imagen a veces es devastadora.
Tanto se ha escrito sobre la gran depresión norteamericana que uno puede
conocer todos sus detalles, pero basta con ver las sufridas imágenes de
Dorothea Lange para sentirse angustiado por la pobreza y desesperación que
caracterizó aquella época. En nuestro imaginario colectivo y personal hay
imágenes que sirven para que, en torno a ellas, broten decenas, cientos de
recuerdos, como perchas de las que colgase nuestra memoria.
La
imagen de ayer, con el furgón de la policía entrando en la cárcel de Soto del
Real, portando en su interior la figura de Luis Bárcenas, es una de esas
que inevitablemente pasarán a los anales de esta época, y que servirá para
caracterizarla, describirla y juzgarla. Más allá de lo higiénico que resulta
socialmente que un personaje como Bárcenas esté entre rejas, sean preventivas o
no, su orden de ingreso en prisión es una de las decisiones judiciales más
esperadas, aplaudidas y, seguramente, celebradas, de la historia judicial
española, porque en una época de privación como la que vivimos la imagen del
sujeto encarcelado, paseándose como un chulapo, haciendo ostentación de su
riqueza, obtenida mediante artimañas que como mínimo pueden calificarse de
fraudulentas, haciendo peinetas al respetable desde terminales internacionales
y jactándose en su pose y estilo de ser invulnerable, era, como señalaba, una
imagen insoportable para casi todo el mundo. Sea de la ideología que fuere la
persona con la que uno hablara, Bárcenas era para él un delincuente, un
estafador y un capullo merecedor de los peores males del mundo, y quizás quien
mejor lo definió fue Arantxa Quiroga recientemente elegida presidenta del PP en
el País Vasco como sustituta del no menos claro Antonio Basagoiti, cuando hace
una semana, en un desayuno en Madrid, comparaba los temblores de piernas y el
miedo en el cuerpo con el que muchos de los miembros del PP (yd e otras
formaciones políticas) se levantaban cada mañana en el País vasco ante la
amenaza etarra mientras que otros, en la sede del partido, se lo “levantaban”
crudo, calificando esa actitud como vomitiva. Ese concepto de vómito ha estado
muy presente a lo largo de todo este caso, tanto desde el lado de la prensa, que
cada mañana vomitaba datos, cifras y documentos a cada cual más escandaloso
sobre los apaños y manejos que se han desarrollado a lo largo de las últimas décadas
en la sede del PP mientras que la dirigencia pública del partido callaba o
miraba hacia otro lado, y la contemplación de todo esto sólo producía unas
constantes arcadas, unas ganas de ir al baño y arrojar por él toda esa mierda,
y que al dar la cadena se fuera por el agujero, llevándose con ella a los
sujetos que impunemente han actuado de una manera tan infame con sus compañeros
de partido y, sobre todo, con el conjunto de la sociedad, a la que han
defraudado, robado, atracado, a veces a escondidas, y otras por lo visto a
plena luz del día. Entre todos los personajes siniestros, patéticos hasta el límite,
que han poblado las exclusivas relacionados con la trama Gürtel, Bárcenas es la
joya de la corona, el malo por excelencia, el que además tiene el aspecto
requerido para salir en las fotos con pinta de malo, vestido como si fuera una
parodia de un gánster de altos vuelos, creyéndose invulnerable y actuando en
todo momento como si así lo fuera, acostumbrado a mandar y a que sus órdenes se
obedezcan. Una joya de personaje para los medios y para los autores de teatro y
novela, que ni en sueños hubieran creado un malo tan arquetípico sin caer en la
parodia o la chanza. Para un sujeto de este estilo haber pasado su primera
noche en prisión y, desde hoy, estar en una celda compartida con otro preso común
debe ser una pesadilla inimaginable.
Tras lo de ayer me tengo que quedar
con dos lecciones positivas para encarar este asunto. Una es que, como vivimos
en una democracia, la podredumbre no se queda oculta bajo los focos y aflora, y
al final sabremos todos los detalles de esa trama corrupta. La otra es que
lenta, dubitativa y aparentemente sin resuello, la justicia avanza y, una vez
puesta en marcha, nada ni nadie puede pararla, y los jueces y demás
profesionales que allí trabajan son profesionales que no ceden ante presiones,
ni de gobiernos ni de chantajistas. A partir de hoy Bárcenas y sus compinches
debieran empezar a reflexionar sobre lo que han hecho y, les aconsejo, confesar
poco a poco todas sus fechorías ante el juez. Socialmente ya están condenados, para
que así sea judicialmente basta esperar un tiempo, pero lo serán.