viernes, junio 14, 2013

El cierre de la televisión pública griega


Grecia sigue actuando como alumno aventajado, o mejor, como aventurado sherpa, que va delante nuestro en el camino al desastre y nos indica cuáles pueden ser los siguientes pasos en los que nos partamos la crisma. La súbita y radical decisión de suprimir la televisión pública, tomada en la tarde del Miércoles y ejecutada a las 12 de la noche de ese mismo día muestra hasta qué punto el actual gobierno griego es incapaz de controlar la situación y toma las medidas en función exclusivamente de la prisa que le imponen los acreedores, lo que es el camino más seguro para acabar impagando y ser apaleado por ellos.

Sobre el asunto de la televisión pública hay muchas cosas que se pueden decir, empezando porque se debe huir de la demagogia que llena el debate desde ambos extremos en España. Mi postura es que sí es necesaria una televisión pública, pero que emita contenidos que, por su propia naturaleza, no pueden ser emitidos por los canales privados, que cuente por ello con una financiación clara y pública, bien sea vía impuestos o canon de emisión a pagar por el televidente, y que no sea objeto de manipulación o uso por parte del gobierno de turno. Cumpliendo estas tres condiciones la televisión pública no sólo es útil, sino también necesaria. Canales como el 24 horas o despliegues informativos como los que realiza TVE sólo tienen sentido en el marco de una entidad pública, porque lo que da dinero es “Gran Marrano 14”, el fútbol o “enmiérdame deluxe”, y eso no es servicio público (en todo caso lo será púbico). Sin embargo en España vivimos en una mezcal confusa de mundos respecto a la televisión que hace que el problema sea complejo. A nivel nacional tenemos a RTVE, una enorme empresa pública que registra pérdidas y que cumple en gran parte los estándares de calidad y objetividad que antes mencionaba, pero que aún debe pulir algunos aspectos, y que se financia de una manera confusa, compleja, discutida y nada clara, y que sigue queriendo competir de igual a igual con los canales privados a la hora de producir series, concursos o magacines. Y luego tenemos el desastre autonómico, decenas de canales de televisión que emiten en cada CCAA con unas plantillas completamente sobredimensionadas, programaciones de baja audiencia, escaso servicio público y, de manera casi unánime, al servicio del gobierno de turno, siendo en gran parte meros altavoces de propaganda de las bondades del gobernante que, desde su palacio despótico, vela por el interés de los súbditos de la región. Teleespe en Madrid, Telebatzoki en el País Vasco, o Telegriñán en Andalucía pueden ser casos de denominaciones gratuitas y cachondas, pero que reflejan muy bien qué es lo que se emite en esos canales y cómo se trata la información. Si en momentos de bonanza económica no tenía sentido gastar dinero en plataformas de este tipo, pero se hacía, ahora que nos hemos estampado contra el suelo y vamos a reptar por él durante muchos muchos años el dispendio que suponen estas empresas autonómica es, simplemente, insultante. No tiene sentido que se cierren consultas hospitalarias, se recorte en becas y en asistencia a dependientes y que los entes de televisión regional no sufran el más mínimo recorte, aunque, mal pensado que es uno, tiene todo el sentido del mundo. Y es que es ahora, en medio del desastre, cuando el gobernante más necesita el altavoz, la caja tonta, la propaganda con trompetería digital, para convencer al votante de que todo es por su bien. Esa, y no otra, es la única causa por la que entes subrrealistas como Canal 9, de la Comunidad valenciana, con más de mil empleados (más que la suma de Tele5 y Antena3 juntas) sigue en pie en medio del erial en el que se ha convertido la región levantina. No puede haber otra explicación.

Por lo tanto, la solución al problema de los medios de comunicación públicos es, oh sorpresa, el modelo BBC. Honestidad, integridad, profesionalidad, independencia, financiación clara y tamaño compacto. Lo que se escape de ese concepto debe ser reformado y, en su caso, cerrado, pero siempre de una manera organizada y lógica. Ni una televisión ni ninguna otra empresa se puede cerrar en tres horas sin aviso ni nada por el estilo. Las formas, en esto y en otras tantas cuestiones, son muy importantes, y en este caso concreto ha habido una total falta de las mismas por parte del “gobierno” heleno, quien, por cierto, es el que menos pinta y decide en todo este asunto.

No hay comentarios: