viernes, junio 07, 2013

¿Qué está pasando en Francia?


Francia, el espejo en el que todo el mundo quiere mirarse por su afán libertario, defensor de los derechos civiles y adalid del progreso, lleva tiempo emitiendo una imagen turbia, zafia y que no se corresponde mucho con la que asociamos a dicho país. No hay celebración que no acabe como el rosario de la aurora, como la última celebración de la victoria del campeonato de liga, que acabó con disturbios muy serios en las calles de París, que dejan las escenas de violencia callejera vividas en España en auténticos juegos florares entre compañías de teatro vestidas de policías y manifestantes.

Pero es que no sólo se trata de violencia asociada a eventos deportivos donde, que quieren que les diga, la masa acude bastante alcoholizada y decidida, en gran parte, a montarla. No, la cadena de manifestaciones que se han celebrado en el país vecino con motivo de la aprobación de la ley del matrimonio homosexual acababan, de manera casi inevitable, en batallas campales con un alto grado de violencia, que también se ha expresado a través de agresiones infames a homosexuales que eran golpeados, vejados y en algunos casos puestos al borde de la muerte por parte de una turba de descerebrados. A medida que esas escenas se repetían en cada protesta mi asombro al velas no dejaba de crecer, y recordaba como hace pocos años, en la pacata y atrasada España, se había aprobado una ley similar, que había contado con la oposición de amplios sectores sociales, pero que en ningún caso había generado las olas de crispación, violencia y matonismo que presenciaba en mi televisión con la torre Eiffel de turístico fondo. Que haya partidarios y detractores de la medida tiene su lógica, ante todo se abren dos bandos en la vida, pero me resultaba chocante comprobar la madurez con la que la sociedad española había asumido ese debate, y lo había zanjado con un acuerdo, mientras que la sociedad francesa, que muchos suponen más avanzada y progresista en estos aspectos, se enfangaba en disputas callejeras de bajos fondos, proclamas mesiánicas y matonismo de barrio. Esto parece haber creado un peligroso caldo de cultivo en el que la agresión al contrario toma cuerpo y forma, amparada en ideologías violentas que parecen resurgir y en la incapacidad, o quizás sea estupefacción, de un gobierno y sociedad que parecen estar perdiendo un poco el control de la situación. Y es que sólo esa situación de violencia larvada y continua puede explicar el hecho de que esta semana haya sido asesinado un joven militante de izquierda por parte de un grupo de cabezas rapadas, esos sujetos que, como decía el gran Manolo Alcántara, se cortaron tanto el pelo de la cabeza que empezaron a rasurarse el cerebro y así de idiotas se han quedado. La víctima, de sólo diecinueve años, se vio envuelta en un incidente con un grupo de estos descerebrados que acabó en pelea, y finalmente con un cadáver sobre las calles de París que los médicos del hospital al que le trasladaron no pudieron hacer nada por devolver a la vida. Este acto, en el que uno de los principales protagonistas parece ser un español, ha hecho saltar todas las alarmas en Francia ante lo que está sucediendo. Todos los partidos, incluso la extrema derecha de Marinne LePen, han mostrado su repulsa ante este crimen, y han hecho una llamada a la calma, pero parece que calma es lo que más escasea en un país en el que el radicalismo parece haber prendido en significativas capas de la población. Si hace unos años asistimos a las revueltas de lso inmigrantes argelinos de tercera generación, que viven arracimados en condiciones míseras en los degradados suburbios de un París de ensueño, ahora el problema es más profundo, y parece que afecta de manera más homogénea a una sociedad que empieza a estar algo asustada ante lo que sucede y su futuro.

Y es que a Francia está llegando el viento de la crisis que ha arrasado el sur de Europa, el mismo que ha derrumbado nuestra sociedad y nos mantiene postrados. Rica desde siempre y orgullosa como la que más, la sociedad francesa asiste atónita a la pérdida de competitividad de sus marcas más famosas, y a unos datos macroeconómicos que la abogan a realizar serias reformas en su hipertrofiado y gigantesco estado. Poco a poco los problemas se suman en la mesa del presidente Hollande, claramente desbordado por la situación y, en apariencia, incapaz de tomar medidas drásticas que eviten que el deterioro continúe. Francia y su grandeza se enfrentan a una de sus mayores crisis, y no parece que lo hagan en la mejor de las condiciones posibles.

No hay comentarios: