Decir que Europa encara su futuro
en una nueva y trascendental cumbre de jefes de estado y gobierno en Bruselas
se ha convertido en una de las frases más tópicas y repetidas de los últimos
años, no por ello carente de verdad, pero desvirtuada de lo mucho que ha sido
repetida y manoseada. Cada una de esas cumbres decisivas se ha saldado con
acuerdos in extremis que luego no se han llevado a la práctica, por lo que en
el fondo han sido una sofisticada obra de teatro que ha emocionado el público en
el transcurso de la representación pero que, tras abandonar el patio de
butacas, apenas deja un auditorio vacío y a unos actores orgullosos de su
trabajo, y con ganas de repetirlo nuevamente.
En este caso hay una diferencia
sustancial respecto a anteriores encuentros, muy relevante para nosotros, me
temo que inocua para el resultado final, y es que la
posición española que será defendida por Rajoy cuenta con el aval de casi todo
el Congreso de los Diputados. Por fin ha habido un pacto, un acuerdo entre
PP y PSOE para consensuar la postura de la cumbre, y que finalmente ha contado
con el apoyo de CiU, PNV y UPD, lo que en sí mismo es bueno y alcanza el grado
de rareza en la política nacional. ¿Por qué digo que puede ser irrelevante en
la práctica? De primeras porque el texto consensuado es muy bonito, tanto que
parece una carta a los Reyes Magos solicitándoles largos veranos y cortos y
suaves inviernos. El catálogo de demandas que se hace a las instituciones
europeas es tan amplio como voluntarioso, y desde luego no está en manos del
gobierno español el que esas peticiones puedan llegar a cumplirse, ni siquiera
escucharse. Y es que, de segundas, y como a las anteriores cumbres, España
acude como país rescatado, financieramente, sí, pero rescatado igualmente.
Estamos en el club de los estigmatizados, que parece que poco a poco vamos
formando una especie de asociación para plantar cara al rico norte, pidiendo
que nos ayude a salir de la depresión, usando en público el argumento pomposo
de la solidaridad europea, y en privado, fuera del alcance de las cámaras, la
amenaza de que los prestamistas del norte que metieron tanto dinero en las
burbujas del sur no recuperarán nunca sus inversiones si seguimos en un estado
de depresión. En este tira y afloja pudiera parecer que la unión de países
rescatados tiene un poder de presión equivalente al de los países ricos prestamistas,
pero esa sensación es muy errónea, y los hechos lo demuestran cumbre tras
cumbre, encuentro tras encuentro. La dinámica de la gobernanza de la UE ha
cambiado mucho estos años, y de una Comisión ejecutiva, que utilizaba el
Consejo Europeo para ver ratificadas sus decisiones se ha pasado a una Comisión
débil, desposeída de poder real, que actúa en gran medida como secretariado técnico,
como administrativos de muy alto rango, pero administrativos, acatando y
desarrollando las decisiones que se toman en el Consejo Europeo por parte de
los jefes de estado, siendo ahora este lugar de donde emana el poder, y podemos
pasarnos media vida diciendo que en una Europa de veintitantos países cada uno
cuenta, pero en la práctica todos sabemos que es Alemania, la potencia indiscutible,
al que rige los destinos de la Unión, con una Francia cada vez más menguante, incapaz
de asumir el papel que le corresponde, y mucho menos el que aspira ingenuamente
a desempeñar, un grupo de países del norte asociados a Alemania que, en el
fondo, son su zona natural de desarrollo económico (algo así como su área
metropolitana), un grupo de países en depresión, entre los que estamos
nosotros, que hemos perdido nuestra soberanía a manos de nuestros acreedores al
encontrarnos en situación de quiebra más o menos declarada, y el Reino Unido,
que pase lo que pase va a su bola decidiendo justo lo contrario y equidistante
al resto de naciones. Ese, y no otro, es el campo de juego de las cumbres
europeas. A partir de ahí deduzcan las opciones, perspectivas y posibilidades
que adquieren las posturas de cada una de las naciones.
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