Ayer, por segunda vez en tres
semanas, Miguel
Blesa, anterior y último presidente de Caja Madrid, salió de los juzgados de
Plaza Castilla en un furgón policial rumbo a la prisión de Soto del Real,
donde le esperaba la noche oscura, una afectada por las preferentes que le
deseó una eterna y putrefacta estancia entre rejas y un futuro lleno de trámites
judiciales, vistas y más que probables sentencias condenatorias firmes e
inapelables. De momento, y sin el recurso a la fianza, es muy probable que su
boda, prevista para este sábado 8 de junio, no tenga lugar.
Blesa es, sin usar nombres, uno
de los muchos personajes que transitan por “Todo lo que era sólido” el último
libro de Antonio Muñoz Molina, un descarnado ensayo, género poco frecuentado
por el autor, que describe como la locura se adueñó de un país, de una
sociedad, de unos individuos, que creyeron que el futuro era algo que estaba al
alcance de la mano y que bastaba subirse a un fajo de billetes para tomar algo
de altura y extender la mano para cogerlo, hacerlo propia, y quedárselo para
siempre. Si las novelas de Muñoz Molina enternecen el alma por su sensibilidad
y precisión, en este ensayo la sensación física que te entra es de congoja,
repulsión y ciertas ganas de vomitar, porque la palabra precisa, el término
perfecto, al frase sencilla pero profunda que utiliza el autor en cada una de
sus páginas es un golpe seco al estómago de un iluso país obeso de crecimiento
artificioso, de soberbia, de chabacanería y estulticia, que la burbuja
contribuyó a que alcanzara cotas surrealistas, pero que tenía en su interior,
desde hace mucho tiempo, instalado el mal de la incultura, el pasotismo y el
afán de medrar a base del chanchullo, amiguismo y el compadreo. En cada una de
sus páginas este libro toca todos los problemas que han conducido a España al
agujero en el que se encuentra, muchos debidos a un contexto internacional, o
alimentados por dinero procedente de otros países, sí, pero que encuentran su
raíz y causa más profunda en nosotros mismos, y sólo nosotros seremos capaces
de extirpar esa raíz si nos proponemos, de lo contrario volverá a crecer
nuevamente una planta retorcida, oscura y espinosa que nos hará daño
nuevamente. Fue imprudente alimentar con gasolina monetaria los sueños de
grandeza de miles de politicuchos de tres al cuarto que, desde los salones de
sus ayuntamientos, algunos con menos vecinos que las personas que trabajan en
mi planta de oficina, soñaron con levantar obras grandiosas, rotondas mareantes
y monumentos abyectos a la mayor gloria de su yo y estirpe legendaria. O
banqueros, como Blesa, sí, por ejemplo, que se ahogaron en un mar de dinero y
tipos de interés ridículos y, a horcajadas del desatado caballo de la locura lo
dilapidaron, conduciendo a las entidades por las que debían velar al precipicio
por el que hace tiempo han caído, dejando tras de sí un rastro de polvos,
ruinas y deshechos en forma de ahorradores estafados, proyectos baldíos y
miles, miles de viviendas que se pudren y deterioran a cada chubasco que cae
sobre sus abandonados tejados. Es tan honesto Muñoz Molina que se critica así
mismo, por estar inmerso en la masa que gozaba de los beneficios de la burbuja
y que no vio lo que se venía encima, que oyó a algunos profetizar el desastre
pero, absorto en el presente, olvidó el posible futuro que se cernía tras los
días de vino y rosas. Y cuando se dio cuenta, era demasiado tarde para
rectificar, para que el país cambiara de rumbo, y su ánimo y espíritu se
derrumbó a la par que lo hacía la inflada y artificiosa economía que muchos
siguen añorando con que vuelva y que, desengáñense, no regresará.
En el mismo día en el que Blesa
va de nuevo a la cárcel, a
Antonio Muñoz Molina le han concedido el Premio Príncipe de Asturias de las
letras por el conjunto de su obra, un trabajo ingente, de libros y
artículos, que constituyen uno de los mayores referentes (si no el que más) de
la literatura contemporánea en castellano. En mi humilde opinión, Molina es el
mejor escritor vivo que utiliza nuestra lengua, un genio de la palabra que,
además, mantiene un hondo, profundo e inviolable sentido moral, marcado por la
independencia, el sentido común y una honestidad a prueba de cargos, sueldos y
prebendas. Para muchos, entre los que me incluyo, Muñoz Molina no es sólo un
escritor, también es un referente vital, como lo fue Delibes en su momento.
Ambos, genios de la palabra, muestran una vida ejemplar, digna de ser vivida y
seguida. Felicidades por el premio, y gracias por todo lo que nos das en cada
uno de tus textos.
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